4 octubre, 2018
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Mujer del planeta

 

Nueve años sin voz…

 

Tantas veces la borraron, tantas desapareció. A su propio entierro fue, sola y llorando. Pero no cambia su amor, por más lejos que se encuentre, ni el recuerdo ni el dolor, de su pueblo y de su gente. Por suerte tiene guitarra y también tiene su voz. También tiene siete hermanos, fuera del que se engrilló; todos revolucionarios, con el favor de su Dios. 

 

 

Sólo le pidió a Dios que el dolor no le fuera indiferente, que la reseca muerte no la encuentre, ningún 4 de octubre, vacía y sola sin haber hecho lo suficiente. Mirar rasgado, patitas chuecas, se levantó y miró la montaña, de donde viene el viento, el sol y el agua. Usted, que maneja el curso de los ríos; usted, que sembró el vuelo de su alma; sopló como el viento la flor de la quebrada; limpió como el fuego el cañón de su fusil. ¡Hágase por fin su libertad aquí en la tierra!

 

 

Dénos su fuerza y su valor al combatir. Líbrenos de aquel que nos domina en la miseria; tráiganos su reino de justicia e igualdad. Ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.

 

 

Hay tanta pequeña vanidad en nuestra tonta humanidad enceguecida… Merecer la vida es erguirse vertical, más allá del mal, de las caídas. Es igual que darle a la verdad y a nuestra propia libertad, la bienvenida. Eso de durar y transcurrir, no les da derecho a presumir, porque no es lo mismo que vivir, honrar la vida.

 

 

Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal, porque la mató tan mal, y sigue cantando. ¡Canta conmigo, canta, hermana americana; libera tu esperanza, con un grito en la voz! Todas las voces, todas; todas las manos, todas. Perdone mi amor por tanto hablar; es que quiero ayudar al mundo cambiar. Qué loco, si realmente se pudiera y todo el mundo se pusiera alguna vez a realizar.

 

 

Cantando al sol, como la cigarra, después de un año bajo la tierra, igual que sobreviviente que vuelve de la guerra, le dio la mano al indio, le dio y le hizo bien; encontró el camino como ayer lo encontró él. Es el Tiempo del cobre, mestizo, grito y fusil; si no se abren las puertas, el pueblo las ha de abrir. América está esperando, el siglo se vuelve azul; pampas, ríos y montañas, liberan su propia luz. La copla no tiene dueños, patrones no más mandar, su guitarra americana peleando aprendió a cantar. En algo se le parece luna de la soledad, usted va andando y cantando, que es su modo de alumbrar. Tantas veces la mataron, tantas veces se murió; sin embargo está aquí, resucitando.

 

 

Cambia lo superficial, cambia también lo profundo, cambia el modo de pensar, cambia todo en este mundo. El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos y su amor no se refleja como ayer. En cada conversación, cada beso, cada abrazo, se impone siempre un pedazo de razón. Oh melancolía, señora del tiempo, beso que retorna como el mar. Lo que cambió ayer, tendrá que cambiar mañana; así como todo cambia, en esta tierra lejana. Como un pájaro libre, moría todos los días, pero le decía: no hay que andar tras la vida como un mendigo. El mundo estaba en usted misma; debió cambiarlo.

 

 

Cada vez el camino es menos largo.

 

 

Le gustaban los estudiantes, porque son la levadura del pan que saldrá del horno, con toda su sabrosura. Para la boca del pobre, que come con amargura. Caramba y zamba la cosa, ¡viva la literatura! Tiene un poema escrito más de mil veces. En él repite siempre que, mientras alguien proponga muerte sobre esta tierra y se fabriquen armas para la guerra, usted pisará estos campos sobreviviendo. Su vida los pueblos americanos, su vida se sienten acongojados, su vida porque los gobernadores, su vida los tienen separados, su vida los pueblos americanos.

 

 

Ayer soñó con los hambrientos, los locos, los que se fueron, los que están en prisión. Cuando será ese cuándo, señor fiscal, que la América sea sólo un pilar. ¡Ay, sí! Y una bandera. Que terminen los ruidos en la frontera; por un puñao de tierra, no quería guerra. Era pan, es paz, es más. Era la noche, la mañana. Era el fuego, fuego en la oscuridad. Era pachamama. Era su verdad. Me gusta cuando calla porque está como ausente, distante y dolorosa, como si hubiera muerto. Una palabra entonces, una sonrisa bastan, y estamos alegres, alegres de que no sea cierto. No calló la cantora, porque el silencio cobarde apaña la maldad que oprime. No sabía la cantora de agachadas; no callaba jamás de frente al crimen. Si calla, cantora, calla la vida.

 

 

En esta parte de la tierra, la historia se cayó, como se caen las piedras; aun las que tocan el cielo, o están cerca del sol. Desde abajo, hoy es el gajo que se agarra al temporal. Mientras las piernas le aguanten, el brote florecerá; por soñar es como un río, que va buscando la mar. Se hizo rumbo con el viento y llegó a cualquier lugar.

 

 

Y ya verá, cómo se transforma el aire del lugar, y ya, ya verá, que no necesitaremos nada más. Gracias a la vida que le ha dado tanto, nos dio la risa y nos dio el llanto. Así distinguía dicha de quebranto, los dos materiales que forman su canto, y el canto de nosotros que es el mismo canto, y el canto de todos que es su propio canto. Gracias a la vida, cuando esté mal, cuando esté sola, cuando ya esté cansada de llorar, no se olvide de aquí, porque sé que se puede estimular.

 

 

 

Ya no quería ser sólo una sobreviviente; quiso elegir el día para su muerte. Mamó la libertad; siempre la llevará dentro del corazón. La pueden corromper, la pueden olvidar; pero ella siempre está. Y ya verá, las sombras que aquí estuvieron, no estarán, y ya, ya verá, que no necesitaremos nada más.

 

 

Ahora que tiene la tierra, sembrará las palabras que su padre Martín Fierro puso al viento. Ahora que tiene la tierra, la vida será un dulce racimo y en el mar de las uvas nuestro vino, cantará, cantará, cantará… Todavía cantamos, todavía pedimos, todavía soñamos, todavía esperamos, que nos den la esperanza de saber que es posible, que el jardín se ilumine con las risas y el canto, de los que amaba tanto. Adelante corazón, sin miedo a la derrota. Durar no es estar vivo, corazón; vivir es otra cosa.