«Mientras el macrismo sea norma,
el orgullo será revolucionario».
Al gran pueblo jaureguino,
¡salú!
“Donde sea que vayas, sigue habiendo muchas mentes cerradas, que se traducen en agresiones a nuestra comunidad, desconociendo que somos miles y miles, existiendo y resistiendo. Claro que hay villeros putos, claro que hay villeras tortas. A esos pibes y pibas, hoy les gritamos que vivan su sexualidad libremente, que sabemos cuánto les cuesta, pero que siempre habrá un oído, un lugar para discutir, una trinchera para dormir, aun cuando su familia no los acepte», Alan Farías y Alexis Benítez, Villa 21-24.
“Si bien hay mucha discriminación en general, abajo está más invisibilizada todavía la comunidad LGBTIQ. Por eso, las Casas de la Mujer que parió nuestro feminismo villero se volvieron lugares indispensables, donde podemos sentirnos libres, expresarnos y debatir sin esconder nuestra sexualidad. A mí, me genera mucha bronca cuando alguno se besa con su pareja en la calle y le gritan ‘Puto’, como si eso fuese un insulto. Yo me siento orgullosa de ser quien soy y no permito, ni permitiré que me prohíban vivir libremente mi sexualidad. Sentirla, sentirnos, es nuestro acto de libertad: simplemente mostrarnos tal cual somos, sin importar lo que digan”, Priscila Martínez, Villa 31.
“Tenemos que levantar la bandera LGBTIQ en todos los barrios, porque todavía sigue sintiéndose una incomodidad al ser parte de la comunidad, en una ranchada: si no te levantás una minita, te bardean. Corta, es muy complejo ser puto, en la villa. Y no, gay no me siento, me suena comercial. Yo me siento puto. Pero lamentablemente nos reprimimos a nosotros mismos, evitando liberarnos, como si el patriarcado se profundizara donde hay más vulnerabilidad. Por eso, nuestro deber es transformarlo”, Roque Azcurraire, Villa 21-24.
«En mi barrio ya me conocen, me quieren. Pero afuera nos viven insultando, golpeando y matando, sólo por ser personas trans. Aun así, en las villas y en cada barriada, la comunidad está presente, exigiendo que se respeten nuestros derechos, porque yo soy como soy. Y vivo con la mirada en alto, le moleste a quien le moleste. No voy a cambiarlo, no voy a callarme y no voy a bajar los brazos, hasta que la libertad rompa el silencio y dejen por fin de darnos lecciones morales a los golpes», Zulma Pupi, Villa Rodrigo Bueno.
«Gritar nuestra identidad no es poco, es un gran paso, porque hay mucho miedo al qué dirán, pero en las villas también queremos ser felices y poder mostrar sin miedo nuestra sexualidad, eso que sentimos, aunque parte de la sociedad nos persiga y no quiera dejarnos. Muchas gente nos mira mal, como si estuviésemos enfermas o haciendo algo incorrecto. Y no. Nosotras somos villeras, somos tortas, nos amamos y soñamos con un mundo que nos permita caminar por la calle sin ser insultadas», Milagros Delgado y Vanesa Urbina, Villa Fátima.