Hoy, Daniel Solano no aparecerá, ni en los diarios. No trabajará en la cosecha de frutas. No hablará guaraní. No hará changas. No tendrá 31 años. No podrá organizar a los trabajadores golondrina. No recordará cómo se lo llevaron aquel 5 de noviembre del boliche. No verá cómo su padre combate a los molinos de invento para saber la verdad. No presenciará su infinita lucha. No conocerá su tristeza. No estará en su velatorio. No visitará su tumba. No celebrará la sentencia que condenó a sus asesinos. No escuchará las penas, por «homicidio agravado». No los verá marchar presos. Y no volverá, nunca más. Pero vos, ¿qué mirás?
Hoy, Sandro Berthe, Pablo Bender, Héctor Martínez, Juan Barrera, Pablo Albarrán Cárcamo, Pablo Quidel y Diego Cuello continúan en libertad, cumpliendo funciones a las órdenes del ministerio de Seguridad, porque la condena no está firme, pero está firme la impunidad, que ahora choca de frente contra esa paternidad valiente que supo trascender al grito, al televisor, a su postverdad y al dedito inquisidor de la mediocridad…
Hoy, Daniel no estará muerto, ni un poco.
Y Gualberto tampoco.
¿Vos?