* Por Francisco «Paco» Olveira,
párroco en la Opción por los Pobres.
El Padre Mugica solía decir una frase que yo me repito todos los días: «Perdóname, por haberme acostumbrado a caminar sobre el barro”. A cada paso, intento recordarla, para que nunca se nos haga costumbre, porque poco a poco vamos naturalizando lo que no deberíamos aceptar jamás. Aquí no hay gente pobre, hay gente empobrecida. Y empobrecida por estas políticas de abandono.
Cada mañana sale un poco más caro sobrevivir, sobre todo para quienes menos recursos tienen, que serán además los primeros afectados por el presupuesto genocida del 2019, un proyecto concreto para profundizar la pobreza, porque nos establece como única prioridad el pago de la deuda externa y sus intereses, un problema ajeno en el que se metió este gobierno tan sólo para volver más ricos a los sectores financieros. Ganan y no aportan, pero encima nos dejan al descubierto las necesidades reales: los hospitales, las escuelas, los niños, los abuelos. Sacan vacunas de los calendarios, rebajan programas de asistencia social y vacían las áreas que garantizan los Derechos Humanos, porque quieren acabar con la pobreza…
¿O con los pobres?
Por si algo faltara todavía para certificar este acorralamiento al pueblo, el Ministerio de Seguridad sale a ostentar una resolución absolutamente inconstitucional, para darle vía libre a una práctica que Cambiemos ya viene predicando hace rato: «Primero disparamos y después averiguamos». Ahí está la ideología de quienes decían venir a barrer las ideologías: «Muerte al negro». Porque sí, convivimos diariamente con la violencia policial, pero el recrudecimiento de sus prácticas ha llegado a un extremo. Y sus balas se siguen llevando a los pibes de nuestros barrios. Hoy, toda nuestra región subsiste bajo amenaza, entre democracias frágiles e inverosímiles, que nos invitan a votar cada cuatro años, como si eso los habilitara para cualquier acción criminal. Pues no, yo no creo en un sistema que sólo me hace perder la esperanza en la humanidad.
Soy cura, sí, pero en eso no creo.
Mis energías, mis fuerzas y mi voluntad se renuevan sólo cuando compruebo con mis propios ojos cómo resisten las barriadas, cómo se organizan sus asambleas, cómo aturden sus gargantas, empoderándose colectivamente para combatir las injusticias que padecen a diario. Cómo no, por supuesto que uno se siente parte del eco que provocan sus gritos, para decir basta. Y sí, ¡basta de Patricia Bullrich! Porque sus políticas responden al Ejecutivo, pero su salida debiera representar al menos un límite, aunque sea una señal: no se puede bendecir la violencia, desde el atril oficial.
Hay miedo, claro, pero no puede paralizarnos.
¡Vamos a estar en la calle, hasta que se dignen a escucharnos!