24 diciembre, 2018
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«Gritos de libertad»

 

 

 

A pocas horas del vittel toné, el arroz, el atún y las arvejas, nos preguntamos quién decora los arbolitos tras las rejas. No hay noches de paz, ni noches de amor, cuando no hay chimenea para los regalos, ni para el dolor, porque parece que las personas condenadas no merecen deseos, ni garrapiñadas. ¿Alguna vez pensaste cómo será la Nochebuena en un penal? ¿Existe? ¿O gozamos de Navidad condicional? ¿Quién compra los fuegos artificiales? ¿Los suboficiales? ¿Y los pesebres tumberos? ¿Los carceleros? Las reclusas y los internos escriben cartas con el corazón, por si algún gordo de barba se acuerda de la prisión. Pedimos dignidad para el sistema carcelario de lesa humanidad, que nos condena y nos usa, tragándose la pobreza como si fuera ensalada rusa. Cuando hoy levanten las copas los impolutos, las moralistas, los milicos y los dioses mundanos, brinden por nosotras y nosotros, los seres humanos.

 


 

«Acá, uno tiene pocas cosas, pero una de ellas es tiempo para pensar. Recuerdo que la última Navidad que pasé en libertad con mi familia fue muy triste, yo ya tenía problemas con mi adicción y la pasamos mal. En diciembre pasado pude verlos 20 minutos, y esa misma semana fue que me negué a ser buchón de los guardias… No me salió gratis: me inventaron una falta y me castigaron. Para nosotros, no hay noche buena, porque para soportar la tristeza la mayoría termina consumiendo pastillas que los mismos policías les venden. Extraño mucho a mi familia, sólo quiero salir y decirles lo mucho que los amo». 

 

William Fabián Herrera Díaz, 23 años, Penal Federal N°35, Santiago del Estero.

 


 

«La vida en este lugar transcurre diferente a cualquier otro. Pasamos de ser personas a ser presos, y no sólo perdemos el derecho a la libertad: perdemos todos los derechos cuando nos menosprecian a cada momento. La Navidad y el Año Nuevo no son días festivos, son de reflexión, de llanto, porque estamos separados de nuestros afectos y el único consuelo es saber que están disfrutando afuera. El 24 y el 31 de diciembre nos organizamos para cocinar entre todos, mientras rezamos que sea la última vez que vivamos así este día». 

 

David Aranda, 46 años, Unidad Penal N°39, Ituzaingó, Buenos Aires.

 


 

«Acá adentro no hacen ninguna actividad especial por las fiestas. La angustia que sentimos por estar lejos de nuestras familias es enorme, no se pasa con nada; son muchas las emociones y abunda la tristeza. Lo único que anhelo es que mis seres queridos tengan esperanza y puedan disfrutar con amor». 

 

Roxana, 46 años, Unidad 13, Instituto Correccional de Mujeres, Santa Rosa, La Pampa.

 


 

«Hay una palabra que resume cómo es pasar las fiestas preso: dolor. Dolor y dolor. Mi familia está en Buenos Aires y no puede visitarme, pero miro esas 4 horas que el resto comparte con los suyos en el patio, observo sus alegrías y trato de no sumar más tristezas. Después, todos reparten el pan dulce, el asado y las distintas cosas que les hayan traído, con quienes no tenemos esa suerte, porque desde el Servicio Penitenciario no nos dan absolutamente nada. No les importamos. La última fiesta que pasé libre recuerdo que bailé con mis sobrinos y mis hermanas. Hoy quiero desearle a mi familia mucha salud para trabajar y así llevar el pan de cada día a sus casas. Estoy seguro que vendrán tiempos mejores».

 

Mario Luis Herrera, 41 años, Comisaría N°30 Mariano Moreno, San Salvador de Jujuy.

 


 

«Navidad y el 31 de diciembre son días tristes, los peores del año. Sólo pienso en cómo la estará pasando mi familia, porque sé que se siente mal desde que no estoy en la mesa. Me gustaría que festejen, que compartan todo lo que me gustaría hacer con ellos. Aunque no esté, yo igual me siento ahí. Adentro, sólo te dan una bolsita con garrapiñada y si no nos bancamos entre la familia postiza que creamos, es más difícil. La Navidad que más recuerdo fue dos años atrás: la última que pasé con mi hermano, que murió meses después. Lo que más me daña es pensar en mi hija, que empezó el jardín y no estuve para acompañarla. Cuando salga, voy hablarle a los pibes que están entrando en la droga y contarles lo que se vive acá, para que lo piensen bien y elijan otro camino». 

 

Carlos Eusebio Cañete, 26 años, Servicio Penitenciario Federal N°5 de Senilloza, Neuquén.

 


 

«Será la tercera Navidad que pase en distintos penales. Estuve dos años en Marcos Paz y me volví loco. Es un encierro permanente, no podés salir ni al patio a jugar a la pelota o a trabajar. Extraño a mi hijo, salir a laburar con mis hermanos y sueño como nada en el mundo que mi vieja venga a visitarme, pero toda mi familia está lejos. Desde esta carta, les deseo que pasen una hermosa noche y que estén tranquilos, que el año que viene ya estaré con ustedes. No veo la hora de volver a trabajar como albañil y seguir jugando a la pelota en Lugano, mi barrio. En marzo termino el secundario, me falta lengua y ya está, me egreso». 

 

Marcos Eusebio Cuevas Benítez, 21 años, Unidad 30, La Pampa.

 


 

«Es el tercer año que paso las fiestas acá, encerrado en un cuadradito con mi compañero de celda. Quiero que pasen las horas y terminen ya.
Acá hacen asado: el que tiene recreación sale a comer en ese espacio, y el que no, come en su celda. Después de las ocho, miramos un rato de televisión y nos vuelven a guardar. En estas fecha nadie nos viene a ver, pero los familiares mandan cartas, que yo guardo en un sobre en mi celda.
Las últimas fiestas que pasé en libertad fui a ver a mi hermano a Olavarria, con mis dos hermanas y mi hijo. Quiero irme de acá y pasar las fiestas con mi hijo Benjamín, tiene 2 años y nueve meses. Cuando me encerraron sólo tenía 3 meses».

 

Oscar, 20 años, Instituto de menores Creu de Lomas de Zamora.

 


 

«Yo en las fechas de las fiestas, hago de cuenta que es un día más, como si no pasara nada, porque se siente mucho dolor, a la hora de brindar te faltan todos tus seres queridos. Acá siempre hacen asado y los asistentes traen algo para compartir, ese día nos mantenemos todos en el espacio de recreación, que es donde está la televisión, y nos quedamos hasta que sean las 12. Siempre recibo saludos de mis familiares en estas fechas.»

 

Lautaro Ezequiel A., 19 años, Instituto de menores Creu de Lomas de Zamora.

 


 

«Acá adentro, vivimos las fiestas tristes y pensativos, extrañando a la familia.
Son mis primeras fiestas en el instituto, así que no sé lo que vamos a hacer, pero nada en especial. Mi mamá y mi hermanita por suerte vienen a visitarme. El primer mes recibía cartas, ahora ya ni un saludo de parte de mis amigos, solo de mi vieja. Las últimas fiestas antes de estar encerrado acá, la pasé con familia y amigos y me acuerdo cómo nos divertimos».

 

Gonzalo G., 16 años, Instituto de menores Creu de Lomas de Zamora.