11 junio, 2019
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Mi amiga fumigada, ¡Asesinada!

* Por Daniela Dubois,
docente, compañera y amiga de Ana Zabaloy.

 

Hace algunos años, ya no recuerdo cuántos, escuché una charla en San Antonio de Areco que daba Ana Zabaloy y me impactó. Ahí la conocí, para siempre y no nos separamos más. Compartíamos la inquietud por una misma temática: el riesgo de vida a causa de las fumigaciones, la lucha que fuimos llevando adelante muchos docentes denunciando la intoxicación, la falta absoluta de acompañamiento, las enfermedades y las muertes.

 

Esa muerte que la alcanzó a ella.

 

Ana era muy creativa y generosa, sentía un cariño inmenso por sus estudiantes y ese era su motor. Tenía una capacidad admirable de correrse del centro y evaluar lo que estaba pasando para elegir el mejor rumbo. Ella armaba distintos programas pedagógicos para que la problemática llegara a las aulas y se conociera que la educación ambiental se basa en aprender modelos productivos agroecológicos, sin agrotóxicos, sin contaminación, sin padecimientos. Fiel defensora de su intimidad nunca quiso hablar de la enfermedad, y su salud fue otra víctima de las fumigaciones tóxicas que sufrimos tantos pueblos en el país.

 

Todavía se quiere instalar que se trata de casos aislados. Y no lo son, sabemos que no lo son porque además de contaminar el aire que respiramos, nos atrapan en un círculo vicioso: los alimentos, que deberían ser nuestra mayor medicina, nos llenan el cuerpo de agrotóxicos y transgénicos. Se trata de una industria que pretende gobernarnos a través de lo que comemos. No es casual, en los pueblos fumigados las tasas de cáncer y otras enfermedades son el triple que la media nacional. Así, partiendo de esta base, Anita creó la Red Federal de Docentes por la Vida en agosto de 2017 y a los pocos meses iniciamos nuestro primer juicio acompañando a una directora de una escuela rural en Entre Ríos, donde el dueño del campo y la empresa fumigadora fueron condenados.

 

No se puede tapar el sol con la mano: donde había campos de todos los colores y variedades, hoy hay un desierto verde amarillento. Donde había alimentos naturales, hoy hay paquetes. Por eso, a quienes no la hayan conocido, invito a escuchar alguna de sus charlas, ver sus videos o leer sus escritos. En esta realidad donde la humanidad pierde cada día un poco más la sensibilidad, Anita volvía a inyectarle esa dosis de calidez, guiada siempre por el corazón, enseñándonos la importancia de comprometernos con el lugar desde donde elegimos luchar y a nunca, nunca, nunca, bajar los brazos por ningún motivo.

 

Porque aunque sigan subestimando este horror,
su ejemplo, eternamente seguirá vivo.