El motor de una lucha estudiantil histórica, calcada en los murales de Santiago cobró vida y se multiplicó en sus calles empinadas. Las mismas políticas neoliberales que en los últimos tiempos están castigando a la Argentina, Brasil y Ecuador invadieron los barrios populares de Chile. En un contexto de sumo ajuste, el aumento del boleto de transporte fue la gota que rebalsó el vaso para que volvieran a llenarse las avenidas con manifestaciones, cánticos y voces de supervivencia, de dignidad. Pero como el manual del neoliberalismo dicta: la lucha por condiciones de vida (y no de supervivencia) es una amenaza. Sin pruritos y por cadena nacional, el presidente Sebastián Piñera, acusa de «criminal» al pueblo, asegura que las cientos de miles de personas que resisten “están en guerra contra la Patria” y, cínicamente, cerró su discurso afirmando que está “orgulloso de ser chileno”.
Entonces, con la convicción en la sangre, la desesperación y la sed de justicia en el pecho, el gas pimienta en la garganta y el temor por nuestras vidas latente, no podemos aceptar ni someternos a un Estado de Emergencia que suelta a la calle a 20.000 efectivos de las Fuerzas Armadas y la Policía Carabinera para silenciar y disciplinar a la gente. ¡No estamos en guerra!
Nos impulsan las letras de Violeta Parra y Víctor Jara, presentes en la memoria, para sostener la coherencia y la firmeza. Nos pone la piel de gallina al escuchar la declaración del toque de queda por “desorden público” que no se implementó desde una de las peores dictaduras de la historia regional, la de Augusto Pinochet. No se trata solamente de discutir si son 30 pesos de boleto: son 30 años de ajustes humanos.
Por eso, cuando escuchamos las balas de goma y de plomo de este lado de la cordillera, nos estremecen los gritos y las corridas porque lo sentimos de cerca, como los carros hidrantes, las casi dos mil detenciones arbitrarias, las y los 84 heridos de bala y los 15 muertos que siguen aumentando. Cada una, cada uno, una compañera y compañero. Tanto amedrentamiento, tanto silenciamiento, tanta incomunicación genera un terror que nos resulta conocido. Seguiremos de pie, con una consigna: ¡El pueblo unido, jamás será vencido!