1 noviembre, 2019
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«Isauro sigue enseñando»

«La educación sirve para muchas cosas, no sólo leer y escribir. A mí me gustaría poder tener un oficio de panadero, no solo porque es algo que me gusta. Quisiera que los más chicos sigan mi ejemplo y que nunca dejen el estudio, yo acá aprendí que es lo más importante en la vida», Ariel Lescano, estudiante del Isauro Arancibia.

 

En la Ciudad de Buenos Aires hay una escuela que funciona hace 21 años con el nombre de Isauro Arancibia. Una escuela que no homenajea a cualquiera, eligió justito a aquel docente rural asesinado durante la última dictadura militar. A esa escuela, asisten 300 personas en situación de calle que se levantan, se caen y se vuelven a levantar para poder estudiar. El Isauro Arancibia marca un camino que permite soñar y plantearse objetivos de vida, futuros deseables, presentes posibles y se carga de poder popular y organización colectiva. No es joda aguantar los meses de invierno en la calle, menos si sacás fuerza de una fuente inigualable de energía, te levantás y vas. Caminás hasta Avenida Colón 1318… ¡Casualidades de la vida! Justito el nombre de aquel colonizador. Llegás, sus docentes reciben a cada una y cada uno con una sonrisa, un desayuno, una charla hasta que arranca la clase, pero entonces el mismo problema se traslada: aulas inundadas por las lluvias, cloacas desbordadas en una salita de bebés, cortes de luz inexplicables, explosiones en caños, fallas en instalaciones de gas durante meses que imposibilitan el uso de la calefacción o cocina…

 

«La educación popular es lo que hacemos día a día, todo lo que aprendemos y construimos. La educación sana, es del pueblo, es fundamental transmitir los conceptos que en verdad se tienen que enseñar: humildad, solidaridad, respeto, educar desde el amor y no por dinero», Alan Darío Dimaso, estudiante del Isauro Arancibia.

 

En el corazón de la Capital Federal, hay un Centro Educativo, con jardín maternal, escuela primaria y secundaria, talleres de arte y oficios que está al borde del abismo. Un espacio que garantiza el derecho a la educación pública, pero pública de verdad. Una escuela que se erige como sinónimo de compromiso social, de militancia y dignidad para aguantar en la máxima adversidad y desidia, pero principalmente para crecer y avanzar al servicio de la comunidad, literal.

 

“En la calle hay muchos pibes de mi edad que nunca pudieron ir a estudiar en un lugar, entonces llegan a los 43 años, como yo, y están en primero o segundo grado. A esta edad aprendés a firmar, a contar, las letras, los números… Es muy importante aprovechar esta oportunidad y acompañamiento que ninguna otra escuela te da, realmente no es fácil cuando estás en la calle”, Horacio Benjamín Ortiz, egresado y encargado del taller de bicicletas.

 

En octubre el Ministerio de Educación de la Ciudad, a cargo de Soledad Acuña, designó un interventor institucional para que opere por encima de la comisión directiva, llevándose puesta la historia y trabajo de años en la institución. Desde entonces, buscan cambiar el equipo docente, trasladar el jardín maternal que allí funciona y transformarlo en un inicial; poniendo en riesgo la asistencia de muchas familias que pueden hacer tal esfuerzo porque tienen un lugar donde acobijar a sus hijos. Sin embargo, de lo importante, de la infraestructura del espacio, la creciente demanda de vacantes, en cubrir las necesidades de los estudiantes o aumentar los salarios docentes, nada.

 

«Tenemos que apropiarnos de la educación como un derecho adquirido. Nosotros vemos cómo las vecinas y vecinos van cambiando esta perspectiva para poder luchar por lo que les corresponde, pensar un proyecto de vida y elegir qué es lo quieren estudiar, de qué quieren trabajar y qué es lo que quieren hacer para ayudar a su familia», Pablo Torres, docente de Educación Física.

 

Pero ahí están, las y los que siempre sostienen, alumnos y docentes que aguantan, resisten, bancan y luchan, haciéndole frente a un Estado que margina y hace oídos sordos. Miren bien, en cada foto una postal de aprendizajes, un canal de educación popular, un encuentro de sonrisas debidas, un reflejo de la amenaza que implica para sus intereses, una sociedad emancipada. Las 120 balas que la dictadura tiró sobre aquel referente de la libertad, no pudieron callar su clase magistral de dignidad.

 

«Acá cocinamos para 300 personas, y muchas veces vienen más. Nos preocupamos porque las pibas y los pibes coman bien, pero yo sé que después despende de las posibilidades que tengan donde viven, y la suerte de los fines de semana. Duele mucho, porque algunos por la noche no comen y al otro día están mal, la otra vez se desmayó una señora por ejemplo», Margarita, cocinera del comedor en el Isauro Arancibia.