En la Ciudad de Buenos Aires hay una escuela que funciona hace 21 años con el nombre de Isauro Arancibia. Una escuela que no homenajea a cualquiera, eligió justito a aquel docente rural asesinado durante la última dictadura militar. A esa escuela, asisten 300 personas en situación de calle que se levantan, se caen y se vuelven a levantar para poder estudiar. El Isauro Arancibia marca un camino que permite soñar y plantearse objetivos de vida, futuros deseables, presentes posibles y se carga de poder popular y organización colectiva. No es joda aguantar los meses de invierno en la calle, menos si sacás fuerza de una fuente inigualable de energía, te levantás y vas. Caminás hasta Avenida Colón 1318… ¡Casualidades de la vida! Justito el nombre de aquel colonizador. Llegás, sus docentes reciben a cada una y cada uno con una sonrisa, un desayuno, una charla hasta que arranca la clase, pero entonces el mismo problema se traslada: aulas inundadas por las lluvias, cloacas desbordadas en una salita de bebés, cortes de luz inexplicables, explosiones en caños, fallas en instalaciones de gas durante meses que imposibilitan el uso de la calefacción o cocina…
En el corazón de la Capital Federal, hay un Centro Educativo, con jardín maternal, escuela primaria y secundaria, talleres de arte y oficios que está al borde del abismo. Un espacio que garantiza el derecho a la educación pública, pero pública de verdad. Una escuela que se erige como sinónimo de compromiso social, de militancia y dignidad para aguantar en la máxima adversidad y desidia, pero principalmente para crecer y avanzar al servicio de la comunidad, literal.
En octubre el Ministerio de Educación de la Ciudad, a cargo de Soledad Acuña, designó un interventor institucional para que opere por encima de la comisión directiva, llevándose puesta la historia y trabajo de años en la institución. Desde entonces, buscan cambiar el equipo docente, trasladar el jardín maternal que allí funciona y transformarlo en un inicial; poniendo en riesgo la asistencia de muchas familias que pueden hacer tal esfuerzo porque tienen un lugar donde acobijar a sus hijos. Sin embargo, de lo importante, de la infraestructura del espacio, la creciente demanda de vacantes, en cubrir las necesidades de los estudiantes o aumentar los salarios docentes, nada.
Pero ahí están, las y los que siempre sostienen, alumnos y docentes que aguantan, resisten, bancan y luchan, haciéndole frente a un Estado que margina y hace oídos sordos. Miren bien, en cada foto una postal de aprendizajes, un canal de educación popular, un encuentro de sonrisas debidas, un reflejo de la amenaza que implica para sus intereses, una sociedad emancipada. Las 120 balas que la dictadura tiró sobre aquel referente de la libertad, no pudieron callar su clase magistral de dignidad.