20 enero, 2020
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«No es el rugby, es el patriarcado»

* Por Xoana Sosa,
jugadora de rugby del club SITAS.

 

Antes que todo, quiero manifestar el profundo dolor que siento por Fernando Báez Sosa. No es solo un pibe de 19 años a quien buscaron dentro de un boliche y le rompieron la cabeza a patadas, no es solo una familia destrozada. No es solo eso porque no se trata de un caso aislado. Vivimos en una sociedad que mata a una piba cada 30 horas y donde se naturalizan microviolencias cotidianas, incluso por las familias. Así crece el estigma con un pibe becado, que juntó peso a peso para irse de vacaciones, de padres migrantes y trabajadores. Entonces, este caso se relaciona con cómo se sigue reproduciendo la violencia sistemáticamente, principalmente en los varones con la cultura de envalentonarse para ser mejores y mostrarse más fuertes ante alguien más débil.

 

Se habló muchísimo de si nos hacemos cargo de esto como rugbiers; si el rugby sí o el rugby no. Soy disidente, mujer y feminista en un deporte que siempre estuvo relacionado con lo elitista y con la complicidad varonil; ningún deporte busca generar malos valores, por el contrario, debe fomentar el compromiso, la humildad y la unión. Sin embargo, hay un montón de baches que quedan respecto a la formación y debemos reconocer que la fuerza que ejercemos las y los rugbiers es mucho más potente por el arduo entrenamiento que cargamos; por eso es fundamental que las instituciones deportivas tomen esto como un llamado de atención y condenen firmemente estos hechos, pero también concienticen acerca de la responsabilidad que llevamos, incluso para formar a las divisiones que vienen, a introducirlos desde los valores de humanidad y no los rituales que reproducen este sistema. Espero que haya una condena social y una ejemplificadora de parte de las instituciones, del club y de la Justicia.

 

No se trata del deporte que practiques; no es el rugby, es el patriarcado. Ese sistema nos inculca rasgos de violencia. No solo nos cuesta que nos reconozcan como deportistas; nos cuesta llegar al club, cargar la sube, tener dos o tres laburos y mantener los roles de cuidado: para salir a entrenar tenemos que hacer doble esfuerzo para dejar a nuestros pibes, casas y familias. Hay que reeducar a los y las jóvenes para cambiar las bases y empezar a detectar este tipo de situaciones. Hay que formar con perspectiva de géneros en todas las instituciones para eliminar el profundo odio y los abusos de poder que llevan siempre a nombrar fuertes y débiles, víctimas y victimarios, que esta vez termina con un chico asesinado a manos de 11 rugbiers que deben ir a la cárcel y pagar por lo que hicieron, sin distinciones. Va todo en consonancia: hace unas semanas habían denunciado a la camada 93 y 94 del Club Universitario de La Plata, que filmaba a las pibas sin su consentimiento mientras tenían relaciones sexuales. Ellas se organizaron, les hicieron un vacío y los escracharon; los medios y el club tuvieron que denunciar y sancionarlos. Por eso también son tan importantes las comisiones de géneros en los clubes. Es difícil romper ese techo de cristal, pero no callarnos es la forma de ganar terrenos.

 

Tener conciencia de género, tener un mínimo nivel de respeto, demostrar ese progreso con valores humanos me parece que es lo que falta en muchas instituciones, la conciencia de que estamos formando gente. Cuando hablamos de educación integral, cuando hablamos de ESI, hablamos de todo esto. El desconocimiento genera miedo e inseguridades: son varones que creen que está bien ésto, que las cosas se hacen por la fuerza. Y es esa misma lógica para todo: «Si te dice que no, insistile»; «Si el pibe se zarpó, tirale una piña»; «Si pinta, metele una patada en la cabeza». Es importante que estos casos tomen visibilidad, para que llamen a la reflexión y porque esconderlo permite que se reproduzcan en cada reunión, cada evento, cada grupo, cada hogar.

 

Si feminizamos todos los espacios, estamos proyectando a corto, mediano y largo plazo. Es un trabajo de hormiga, pero ya comprobamos que esta violencia no va a llevarnos a ningún lado.

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