Natalia Benítez no podía levantarse, tenía las piernas dobladas y estaba postrada en su cama en el segundo piso de la casa que alquila en la Villa 20 de Lugano, al sur de la Ciudad de Buenos Aires. Llevaba más de una hora esperando una ambulancia que nunca llegó. Algunos vecinos la arrastramos por la escalera caracol de unos seis metros de altura para sentarla en el pasillo; una silla sirvió de camilla para recorrer el laberinto olvidado por el Estado. En diciembre de 2018, luego de que atendieran primero a quienes tenían obra social, en el Hospital Santojanni le diagnosticaron tuberculosis, producto de las condiciones habitacionales en la que vive aún hoy con sus siete hijos: “Llevo más de un año con esta enfermedad, con cartas de trabajadores sociales que dicen que yo no puedo vivir donde estoy ahora porque corre riesgo mi vida y la de todos mis chicos”.
Cada vez que llueve y cuando no también, frecuentemente, la cloaca de su pasillo burbujea y desborda; el agua suele alcanzar hasta 30 centímetros de altura. Para llegar a su casa, que alquila gracias a un subsidio habitacional, hay que recorrer un pasaje sin ventilación donde no se ve el cielo ni entra un rayo de luz de este verano resplandeciente: “Mi vivienda no tiene respiración: tiene todas las paredes rajadas, hay humedad por todos lados, cada vez que caen unas gotas se genera una catarata que inunda todo; cuatro de mis hijos comparten un cuarto de 4×4 y otros tres duermen conmigo en una cama. Es inhumano”.
Desde el Instituto de Vivienda de la Ciudad no responden. Se lavaron las manos y le dijeron que use el subsidio habitacional y la Asignación Universal por Hijo para alquilar fuera del barrio. Natalia lleva meses exigiendo una solución: “Necesito otro lugar para alquilar. Estoy al lado de una casa demolida por el mismísimo IVC, donde se llena de ratas y cucarachas que entran a la mía. Con mi enfermedad y la de mis hijos no puedo estar más tiempo acá: es urgente”. Lourdes de 16 años, Alexander de 12 y Loan de 8 meses de edad todavía están sanos. Sergio de 10 tiene dificultades respiratorias; Martina de 5 y Aitana de 3 tienen asma; Glenda, de 15, carga una mancha en el pulmón que sigue creciendo y no sabemos qué es.
“Dentro del organismo se patean la responsabilidad hace un año; y yo tomo tres pastillas al día. Estaba terminando el secundario y me capacitaba en Seguridad e Higiene, pero dejé todo por la enfermedad. Además, cada mes debo realizarle la prueba cutánea de PPD a todos los chicos para saber si también tienen reacciones de tuberculosis: ¡es desesperante!” y agregó: “Me gustaría que me tomen en cuenta como persona. Seguro hay miles de historias como la mía. Se está urbanizando una parte de Lugano, pero también existe esta realidad; con mis siete hijos vivimos como ratas”.
Natalia tiene la enfermedad de la pobreza, que en nuestros barrios es tan común como la falta de información al respecto porque en la Comuna 8 no hay hospitales y en los centros de Salud y Acción Comunitaria abunda la preocupación y exigen más recursos para la prevención. Escasea la voluntad política de atacar el problema de raíz con urbanización verdadera, para cambiar la realidad que atravesamos.
Nos quieren ocultar,
¡pero acá estamos!