Yo me lo imaginaba, como se lo imaginan ustedes, me imaginaba que probablemente nos deberíamos bajar más de una vez para cruzar ese mar de barro que todavía llaman Ruta 53, otra víctima de la invisibilización absoluta, del Estado y de su propia deshidratación, como asfalto vomitado en plena ruta de la desnutrición. Me imaginaba que se podría cagar el motor del viejo micro escolar que sólo carga wichis cuando le queda lugar. Me imaginaba un bondi que se podía quedar a la ida y a la vuelta, tal como sucedió, pero ese abrazo, ¡ese abrazo sí que no!
Me imaginaba este nudo en el alma, cuando viera con tanta calma esos bidones de glifosato devenidos en bidones de agua, en sus únicos bidones de agua, grabados en plástico para que todo pase, para que nada sea lío, «destrúyase el envase vacío». Hoy sirven agua donde ayer servían muerte, pero qué suerte, señor, ¡no se pueden aguantar 52 grados de calor! Paredes de adobe, puertas de quépuertas, inodoros de quéinodoros y lonas envenenadas hasta el techo. Pero cómo no imaginar este calambre de pecho, cuando visitara el hospital en Embarcación, que no tiene pediatra, ni cirujano, ni medicación, pero tiene «malas rachas», un ejército de cucarachas y dos ambulancias en total, para el regocijo de los tecnocráticos. Una es genial, no tiene neumáticos. Y la otra salva sola a todas las personas de todas las edades de 33 comunidades, ¡porque se la re aguanta! Me imaginaba esta rabia gatillándome la garganta, cuando el único médico para 6 mil habitantes subiera el tono en televisión, denunciando los 8 disparos del abandono que precede a la desnutrición, aunque la cobertura nunca llegó: imaginaba la mala leche, pero tu frescura no.
Ojo, también me imaginaba los techos de nylon eh, pero no cualquier nylon, nylon que primero envolvió al veneno. Y entonces no sirve como toldo, pero bueno. Imaginaba incluso las palabras de Mario cuando nos recibió, calmo como la Pachamama que lo parió, dejando las prendas de cacique para vestirse del abuelo que lo deconstruyó. Cómo no imaginar, todo ese arco de bravura y todas esas flechas de dulzura que soltó al alzar a su nietita, justito cuando Arianita irrumpió, pero ahora sí, decime que no, por favor decime que no, que sólo son mis ojos fumigados de sal, ¡que todo este mundo no pudo salir tan mal! No me lo imaginaba, lo presentía. Y cuando más lo temía, lo confirmó, «el desmonte causó estragos fenomenales», porque los agrotóxicos son armas letales. «Ya lo ves», decime que no, decime que no es, «acá tenés a mi nieta, que nació sin un bracito, porque nos rocían la comunidad completa desde todos los rincones», decime que no, que no «hay en 24 familias, 3 niños con malformaciones». Me imaginaba todo lo demás, el dato duro y la mismísima cruz, pero no, pero no, pero no, jamás imaginé tanta luz.
Y sí, estas palabras parecen para mí. O subidas a las redes, tal vez parezcan para ustedes. Pero no, Ariana, estas palabras imaginan que van a ser para vos, cuando ya no tengan vergüenza, cuando ya no sientan su liviandad, cuando ya no eludan la responsabilidad de darte la vida que nos quita el genocida más respetado del planeta, ese Dios con careta, ese diablo vestido de socio, ¡cuando hayamos abolido para siempre al agronegocio! Por lo pronto, preciosa, por lo pronto no hay cosa más hermosa que verte correr, porque yo imaginaba llegar, aprender, informar, hasta que fuera la hora de regresar en paz, pero ahora sé que no, que una parte de mí se murió y otra parte de mí nació, ayer cuando te conocí. Hoy casi no dormí y para mañana me prometí desvelarme, para volver a jurarme que no me fui, que ya no volveré a ser el mismo y que nos vamos a volver el veneno del cinismo que todavía llaman Monsanto. Yo sabía que no sabía, pero nunca me imaginé cuánto.
¡Gracias, corazón!
Gracias y perdón.