10 marzo, 2020
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El grito villero en la radio pública

 

¡Alertaaaaaaa! ¡Alertaaa! ¡Alerta que camina, el virus de la prensa que nos piensa desde China! Todo mal, silencio hospital. Shhh, ¿hay alguien ahí? Ustedes nos oyen, sí, pero este silencio viral no deja de perseguirnos. Y qué fatal sería confundirnos, si no viniéramos de allá, porque los micrófonos se copan cuando estás acá sentado, pero tienen su nudo del otro lado. Te dejan mudo, como el pasado. Casi nunca nos tocó contarla, casi siempre nos tocó escucharla, aceptar lo que otro dijo o disentir con la cabeza, porque nunca hubo barbijo para prevenir la pobreza. Y aun sin ganar un mango, sin cantar un solo tango, supimos derribar las paredes, ¡gracias a ustedes, que luchan! Hoy nos escuchan o esta radio se queda callada; todo ese poder tuvieron siempre, los que siempre vendieron gilada. Shhh, no, ¡basta! Crean, sean, no plagien, contagien, griten y militen que aquí no queremos clientes, queremos ser oyentes de todos los desobedientes dispuestos a recordar que la Radio Pública existe para garantizar el derecho a la palabra, ante cualquier abracadabra del negacionismo, contra cualquier rockandtroll del periodismo. Y sí, somos todos esos gritos infinitos, surcando sus buenos aires contaminados, ¡nunca más aislados, ni cagadas, ni silenciados! El peor síntoma del virus que todavía no tocó ninguna villa, es toda esta fiebre amarilla, miedólogos y terrorólogos que no dudan, giles que nos estornudan desde sus atriles, por si se les arma cachengue con algún dengue de la zona. Acá tenemos miles. Y ninguna corona. Ningún mito, ningún hito de los mercados, somos la acústica rústica de dos lados, el pueblo sin dial contra la plaga universal de la TV; una marcha de antenitas en puntitas de pie, ingresando como llaguitas en la boca del Estado, ¡114 asambleas rompiendo un candado! Y no, no somos góndolas de verdad, ni productores de vanidad, ni reproductores de la pena, ni comisarios en cuarentena, ni locutores de la sarasa, ¿qué mierda les pasa? Apenas, esta manifestación de voces, una posición sin poses, un buque de impurezas, un piquete de rarezas, una orquesta de zorras obstaculizando el libre tránsito de sus respuestas pedorras. ¿O de verdad creían que la tormenta tenía un solo ojo? Vamos, el aire se puso rojo y nos parece muy bien, porque al Congreso también le faltan oyentes: somos eso, sobrevivientes.

 

Sobrevivientes tuyos, las pelotas, sobrevivientes de las patotas que matan por diversión y encima se chorean el prime time de televisión, porque pobrecitos los chiquisss, ¡no estamos hablando de nenitos wichis! Diez, murieron diez niños desnutridos y sus nombres siguen tan escondidos como los responsables de las explicaciones, por la muerte, por «la mala suerte» y por las malformaciones que no llegaron en aviones desde China, pero van uniendo a toda América Latina en el espanto: si quieren salir corriendo, ¡corramos de Monsanto! No hay dudas, tierra arrasada, cuatro años de fugas y una deuda fraguada que pretenden cobrar antes de investigar, aunque debamos hipotecar las ollas vecinales. Pues tenemos 89 merenderos barriales con filas desde las 4 de la madrugada, porque no llega nada. Ni el Estado: 55 utilizan gas envasado y 29 cocinan con leña. Quizá sirvan como reseña, para desentrañar el meollo, un modelo de desarrollo que enriqueció a la riqueza, depredó a la naturaleza y estremeció a sus eminencias, sembrando las peores violencias. Todo el país se volvió sobreviviente del medio ambiente, porque ya no se trata solamente de salvar aves empetroladas o invaluables glaciares, se trata de 4 mil barriadas populares empapadas de cultura y dignidad, sobreviviendo a la fractura del campo y la ciudad. Vamos con esa deuda urgente, ¡a ver si nos ponemos al día! Y qué bien oír al presidente pedir agroecología, porque ahí se planta y se rompe la matriz que no se ve, ¡hay que escuchar a la garganta de la UTT! Ya no queremos sobrevivir a la norma, queremos vivir de otra forma y no como dicen los diarios, sino como dicen los pueblos originarios aferrados al Buen Vivir de sus ancestros, tanto más nobles y tanto menos siniestros que sus terratenientes; somos eso, sobrevivientes.

 

Sobrevivientes tuyas, los ovarios, sobrevivientes de sicarios patriarcales, de sus canales, de sus amenazas, de nuestros quehaceres, de nuestras Casas de las Mujeres y la disidencia; pasillos y castillos para la supervivencia de princesas atrapadas como presas, sin empresas, ni trabajo, hasta que muerdan la lona. ¡Al carajo el virus y la corona! Pero mañana a esta misma hora, el noticiero nos contará que hallaron otra señora o una nenita o una travesti que seguro no tenía guita al costado de alguna ruta, por negra, por trola, por puta, por el pero, el pero, el pero, ¡63 femicidios en enero y febrero! El duelo como segmento, un número en movimiento y nos vamos a otra nota, sobrevivientes de la chota, una y otra vez, ¡29 pibas menos el último mes! Todo cuento, muchas drogadas, muchas pendejas, ¡el 66% asesinadas por ex parejas! Sobreviviente tu hermana. ¡Y la mía también! Pero andate biennn a la casa de los padres de los 88 niños que perdieron a sus madres en lo que va del año y no te des con un caño si no los encontrás, que pueden estar en Marcos Paz o disfrutando de la impunidad que asesina tu libertad. Porque las pibas cruzan sus puertas, salen vivas, pero llegan muertas, mientras sus hermanas lloran en caravanas y sus viejas rezan por ahí, ¡hay que ponerle rejas a todo Comodoro Py! Y entonces sí, nos dicen sobrevivientes, pero seguimos empujando y apretando los dientes cuando nadie nos ve: acabamos de abrir la primera cooperativa trans en Santa Fe. ¡Mirá si nos van a paranoiquear con chamuyo! Si nos cruzan con Corona, es la marcha del orgullo que nos hace disidentes, porque somos eso, sobrevivientes.

 

Sobrevivientes del 2001. Y del desayuno que todavía no tiene leche, ni café, ni tostadas, porque congelaron las Meriendas Reforzadas para entregar más tarjetas alimentarias, sumamente necesarias, por supuesto, pero no pueden financiarse desviando presupuesto de la misma necesidad. Sin electricidad, en cualquier infierno o invierno, la escuela 12 de la Villa 21 se autogobierna, abasteciéndose del camión cisterna, entre incendios sin cobertura, porque no llega la luz, ni el foco, ni la factura. Sobrevivimos, por todos lados, como aprendimos de los jubilados en ayuno: Neli, por ejemplo, cumplió 61, perderá su salario social y estará todavía peor, ¡29 años de aporte a su comedor! Seremos su regimiento, para denunciar el 70% del agua contaminada por el Riachuelo que Larreta volvió lago escondido, ¡como si pudiera esconder ese olor a podrido! Vómitos, manchas, sarpullidos y afecciones en la piel, ¡para todo el piberío de la Isla Maciel! Y Rosario sigue cerca, momento, ¡no se vaya! El 27% tiene déficit de talla. Chicos los chicos, grandes los líos y 38 casos de dengue sólo en Entre Ríos. Pero mejor vamos a un corte, así no miramos al norte, donde muchos pibes no empezaron a cursar porque no pueden pagar esos 1100 pesos que no son obligatorios, salvo cuando las ratas manejan los escritorios. ¿O lo negarán? Ya desbordan las acequias en la Rinconada; pasa de todo en Tucumán y no pasa nada. Nuestros vecinos quedaron encerrados y la presión del agua va para barrios privados, pero siguen construyendo otro, otro y otro mayor. ¿Y Alperovich? ¡Alperovich violador! Todos impunes, todos sonrientes y todas, todas, todas sobrevivientes.

 

¡Cuidado con el Corona Virus! Enciérrese usted y encierre a su hijo, ¡porque ya está en casa! Pero más cuidado con el barbijo, que no sea mordaza. Y si vos también querés darnos miedo, mejor bajá ese dedo y anotate en esa lista que tenemos por ahí, justo abajo del macrismo y el FMI. Sobrevivientes del planeta y de Clarín, desde Zavaleta hasta el último rincón de Pekín, no sólo vamos a reivindicar el derecho a comunicar, a fuerza de autogestión y organización popular. Vamos a gritar para contagiar esta pandemia que ninguna academia pudo evitar, porque la educación popular se impone, ¡cuando le pone voz al corazón! Y no vamos a ser el notibajón de cada semana, ni otra radio abierta de la cana, ni ese púlpito moral que nos quiere siempre mal, siempre oyentes, siempre sobremurientes, para seguir aislando y asustando a quienes pretendan disentir del otro lado…

 

Más vale morir gritando,
que vivir amordazado.