* Por Penélope Moro, periodista y hermana de Sebastián, asesinado durante el golpe de Estado en Bolivia.
Me animo a decir que atravesamos este sufrimiento de manera colectiva: con mi mamá y mi hermana, pero también en el sentimiento de cada familia de las y los periodistas, funcionarios y hasta dirigentes sociales que fueron violentados durante estos cuatro meses desde que inició la previa al golpe de Estado en Bolivia. Hace dos años que mi hermano Sebastián vivía en Bolivia, se había ido en 2018 a probar nuevos rumbos en su carrera periodística, ya que venía asfixiado por lo que el macrismo generó en los medios de comunicación. En Mendoza no podía ejercer y sentía una necesidad vital de seguir. El 9 de noviembre de 2019 fue el peor ataque a los medios de comunicación, él trabajaba como editor jefe en Prensa Rural, un semanario del campesinado y las comunidades originarias que salía todos los domingos y también cubría la situación para Página 12. Aparte de eso, daba reportes gratis para muchos medios alternativos de América Latina.
El 9 de noviembre trataron de incendiar la sede de La Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUCB), donde mi hermano trabajaba. Secuestraron a su jefe y al director de los medios de la CSUCB. Sebastián estaba recluido clandestinamente en su casa, enviando reportes para todos lados, ese día para Página 12 mandó una nota titulada: «Un golpe de Estado en marcha en Bolivia». En mi casa estábamos como locas, desesperadas por las imágenes que pasaban por la tele en esas horas. Él nos rogaba que nos quedáramos tranquilas, mientras nos contaba que esa tarde había cerrado el reporte sobre las torturas que vivió Jose Armayo, su jefe, y que saldría a tomar aire porque se sentía muy abombado. Después de eso, no volvimos a comunicarnos con él, le rogamos a todos los conocidos que estaban allá que lo buscaran, pero no podían salir por miedo. Un amigo fue y hasta hoy tengo que ocultar su nombre porque es un testigo clave. Él encontró a Sebastián en su casa, golpeado, semi inconsciente, tirado en la cama. Viajamos de urgencia, pero a los pocos días de estar internado, el 16 de noviembre, mi hermano murió.
Nosotras mismas tuvimos que desarmar su departamento, dejamos toda nuestra ropa para llenar los bolsos con los diarios que había dirigido o en los que había participado. Su producción era uno de los mayores legados. Sebastián era mi hermano, mi compañero, mi colega, mi mejor amigo. Siempre estábamos tramando algo juntos, nos dedicábamos a visibilizar la violencia institucional, recoger testimonios de madres en lucha, de familias de los pibes muertos por el gatillo fácil, él investigó mucho sobre los crímenes de lesa humanidad porque concebíamos la comunicación como un derecho humano. Mi hermano era tan lúcido, les juro, tenía la misma humanidad que tienen ustedes.
Gracias a que se empezó a visibilizar, en Córdoba hicimos la denuncia penal por la muerte de Sebastián denunciando al gobierno de facto. Creíamos que sería lo único que podríamos hacer hasta que se recobre la democracia, pero en estos últimos días, la Relatoría de la Libertad de Expresión de la CIDH dio a conocer su informe anual, donde exige la investigación por las torturas y muerte de mi hermano en las horas previas al Golpe. Evo pudo recibirnos dos veces en Argentina, le contamos quién era mi hermano y le dejamos las copias de sus producciones; me sorprendió tanta humanidad de parte de un líder, quedó conmocionadísimo y nos prometió ayudarnos en todo lo que fuera posible. Seba siempre me transmitió su enamoramiento por toda esa cultura plurinacional, remarcaba cada vez que podía la importancia de su presidencia en ese proceso. Cuando nosotras conocimos Bolivia, el sector indígena era dueño de la ciudad, convivía libremente en las calles, había emergido del sometimiento de años y años. Mientras Sebastián estaba internado no vimos ningún indígena en la vía pública, sólo policías requisando a los “buenos vecinos”. Realmente, nos encontramos con un país absolutamente destruido y con el peligro latente.
Sebastián tenía de cabrón lo que tenía de intransigente. Se la jugaba por sus convicciones: así como vivió, murió. Entregado apasionadamente a la lucha. Mi hermano era sencillo, caminaba muchísimo y siempre lo encontrabas entre alguna multitud, haciéndole el aguante a alguien. Aunque alguna que otra vez también lo veías ensimismado, solo, escuchando música o leyendo. Me acuerdo cuando lo detuvo la policía por averiguación de antecedentes y me dijo: “Yo, que soy militante, periodista, que conozco mis derechos y sé lo que pueden o no hacer conmigo… Me cagué en las patas”. Mi hermano era eso: un pibe más, un amante de la vida.