Hace tres días el coronavirus también llegó al barrio Los Pumitas en Rosario. Lo contrajo una vecina que ahora está internada en el Hospital Carrasco; desde ahí reconoce la dificultad para lavarse las manos constantemente en su hogar y lamenta la situación que debe atravesar su familia, la figurita repetida que nadie quiere tener, pero nos toca hasta el cansancio: “En mi casa somos nueve y muchas veces falta el agua o sale sin presión. Yo era la única que tenía trabajo durante la cuarentena porque está todo parado, pero ahora nos salvan los comedores; si no existieran, muchísima gente se cagaría de hambre”.
Es empleada de tres comercios de primera necesidad de la zona, dos de ellos quedan a dos cuadras de La Casita Poderosa, donde funciona el comedor y el merendero. Nicolás Gianelloni, Secretario de Desarrollo Humano y Hábitat de la Municipalidad, nos compartió una revelación que tuvo: “Para que el aislamiento social se cumpla, la comida tiene que llegar”. Qué acertado su comentario, lástima que depende de él. Es muy fácil que nos incite a sostener el comedor, pero no sabe lo difícil que es hacerlo sin los recursos que deberían bajarnos desde su cartera. Durante la cuarentena se triplicó la demanda: pasamos de servir 150 platos a 450, ¡pero no llegó el dinero de marzo y abril! Ojo, tampoco se crean que es una fortuna, recibimos $8400 por mes, aunque el último cheque lo cobramos en febrero. El funcionario del cinismo y la irresponsabilidad nos instó a “extremar las medidas de prevención”, a pesar de que el 27 de marzo nos hicieron ir a buscar sólo 2 litros de alcohol y 2 de jabón líquido, 1 de lavandina y 10 pares de guantes. Al día siguiente nos entregaron un remanente de “lo que quedó en el distrito”: un bidón de 5 litros de lavandina, una botella de 500ml de alcohol y 10 barbijos.
Gracias a las donaciones que recibimos de ustedes, que contagian solidaridad, hoy podemos mantener la entrega de alimentos, aunque tenemos mucho miedo. Si bien trabajamos con tapabocas y guantes, la exposición al contagio es grande: el agua cae a cuentagotas, hay familias compartiendo un baño entre 12 personas y el Estado no se hace cargo de los insumos de higiene que terminamos comprando con la plata que pensábamos destinar a comida.
Esto recién empieza: no llegó el pico de la pandemia y el temor recorre nuestros pasillos, golpeando las puertas que cierra la Municipalidad.
Es necesario que escuchen,
¡Y atiendan la prioridad!