Tenía once años. Sabina Garnica soñaba con alfabetizar a su mamá y a su papá; la cámara de fotos había captado su almita. Su familia es boliviana, de sangre plurinacional y llevan la resistencia ancestral en sus raíces. Una tarde de domingo, hace exactamente un año, nos atragantamos de terror buscándola desesperadamente cuando había salido a comprar ají. Nos comió el dolor cuando la encontramos. La violencia machista nos había arrebatado del corazón a nuestra compañerita riojana.
Seguiremos gritando como ayer y hoy; en quechua y castellano, porque es la fuerza de nuestra garganta y la sonrisa que nos ilumina.
¡Parlana Sabina manta!
¡Hablemos de Sabina!