En esta cuarentena, desde la asamblea chaqueña gritamos una necesidad urgente: no hay ninguna salita abierta y sólo un hospital para atender a toda la gente de Castelli y toda la zona norte de Chaco. Acá, donde resiste el barrio Qom Chacra 31, se levanta el Hospital Bicentenario que está atado con alambres: “Sólo nos dan 50 barbijos para todo un mes”, dicen las voces que nos piden anonimato. Hay 60 profesionales precarizados que viven un día a día que cala los huesos: “¡Estamos en negro y cobramos 12 mil pesos!”. Y mientras encaran al Ministerio de Salud se autogestionan porque ni siquiera tenían ibuprofeno: una vecina murió ¡por falta de suero! Sin embargo, como la comunidad siempre ayuda a la comunidad, hicieron una campaña de solidaridad. Es que los de abajo así nos abrazamos: “Los dos respiradores nuevos que tenemos y algunos mamelucos son gracias a que nos organizamos”. ¿El Estado? No se hizo cargo jamás, muchos de los insumos de bioseguridad fueron cosidos por algunas mamás. Y como si fuera poco, en medio del silencio mediático y de la ausencia de funcionarios, los hostigamientos más feos: “Si hablamos nos quitan nuestros empleos”, explican. Sin alcohol en gel, ni toallas, ni delantales especiales y con sólo seis camas –todas ocupadas– las trabajadoras esbozan la frase que más nos preocupa: “Con la pandemia todo empeoró, estamos abandonadas”.
“El personal de enfermería está totalmente vulnerado: se lavan las manos en un bidón que hay colgado”.
En las esquinas del Barrio Chacra 31 de Castelli, Chaco, nos levantamos en una asamblea poderosa que hoy también se enfrenta autogestivamente a muchas necesidades como las que venimos denunciando en todo el país. Somos una población Qom que resiste con las raciones de las ollas duplicadas, con las cooperativas paradas y con la incertidumbre de la pandemia en nuestras narices. Pero hay una preocupación particular que nos aqueja: la salud pública. Las salitas están cerradas y el Hospital del Bicentenario General Güemes, en el corazón de esa ciudad, está absolutamente desfinanciado siendo el único lugar donde podemos asistirnos. Pero no sólo previene, sostiene y cura a Castelli; tiene a su cargo también a los departamentos de Maipú y General Güemes y además recibe a gente del Impenetrable chaqueño que suele viajar hasta 300 km para atenderse.
Ahora bien, ¿qué tipo de hospital tenemos? Las y los profesionales de la salud están precarizados y no cuentan con las herramientas de higiene ni de bioseguridad necesarias para afrontar la pandemia. Cuando nos acercamos, nos recibieron algunos trabajadores: “¿Esto es anónimo o estarán nuestros nombres? Si hablamos nos quitan nuestros empleos”, fue lo primero que nos dijo uno. “Acá no tenemos nada. Se publica por todos lados que el gobierno provincial trajo esto y lo otro pero no es así. A la vez tenemos personas que se encargan de decirnos que no hagamos denuncias”, añadió otro profesional. Nuestro encuentro fue poco después de que un grupo de médicos y médicas filmaran a Paola Benítez, ministra de Salud de Chaco, para interpelarla por la situación: “No te autorizo a filmarme”, fue lo primero que dijo Benítez. Mientras le rogaban una reunión, ella sólo atinó a decirles que vayan a su oficina, sabiendo que durante la cuarentena resulta imposible viajar hasta la capital provincial para ser atendidos. En el video se puede ver a decenas de trabajadoras y trabajadores que le gritan a la ministra mientras se retira del hospital: “¡Estamos trabajando en negro!, cobrando 12 mil pesos, ¿quién del Ministerio trabajaría en esas condiciones en medio de esta crisis?”. La respuesta, hasta la fecha del cierre de esta nota, fue nula.
“Si sacás los 60 profesionales precarizados, vas a contar con una mano al personal fijo”.
A Yolanda Abrigo le sangraba la nariz, tenía fiebre, vómitos, tos, mareos y diarrea con sangre. Estaba en su casa en la Quinta 24 del Barrio Chacra 31. Cuando fue al Hospital Bicentenario no la atendieron porque “solo reciben los casoss de coronavirus”, aunque en realidad por la zona no se conocieron contagios. No es la primera persona a la que la devuelven al barrio sin revisarla, ya a otra vecina de 24 años le habían dicho lo mismo y terminó muriendo por un dolor en el pecho. Ya la suegra de Yolanda había muerto en ese hospital, ¡por falta de suero! y su primo también falleció porque la ambulancia se negó a trasladarlo a Resistencia, la capital provincial. Por este tipo de historias es que trabajadores y trabajadoras de esa institución se comunicaron con La Garganta para trasladar sus preocupaciones aún latentes. La impunidad de la ministra Benítez y del gobierno chaqueño permite que estas personas trabajen por sueldos inferiores al Salario Mínimo Vital y Móvil: “Hace tiempo que denunciamos la falta de recursos, insumos y equipamiento, además del personal precarizado, a pesar de que el sistema enseña a callar, a sufrir, a romantizar el faltante y a tener miedo de hablar para no perder el trabajo. No podemos vivir rogando que se nos garanticen las condiciones dignas de trabajo. Con la pandemia empeoró: estamos más abandonadas”.
“Si a nosotros no nos garantizan un alcohol en gel, ¿cómo podemos estar tranquilas y tranquilos? No nos dan jabón para lavarnos las manos, una toalla o papel para secarnos. Yo no puedo utilizar cualquier barbijo para ir a atender a un paciente que está infectado, tiene que ser uno especial. Lo mismo con los camisolines, tienen que ser necesariamente los impermeables”, nos contaron. La última semana de abril les llevaron 50 barbijos quirúrgicos para todo un mes, siendo que hay 20 trabajadores y que los mismos deben cambiarse cada tres horas o al menos diariamente.
Y cuando uno escarba un poco más en sus relatos, las imágenes empeoran: “El personal de enfermería en la carpa está totalmente vulnerado: se lavan las manos en un bidón que hay colgado. Del Ministerio dicen que nos trajeron máscaras protectoras, pero las donó el Instituto René Favaloro, ni siquiera las compraron. En emergencias no hay barbijos y nuestras madres cosen los tapabocas y las cofias. Nos protegemos nosotras por lo que nos niegan. Es agotador”. Ahí se atienden nuestras vecinas y nuestros vecinos. Por eso decidimos gritar, para multiplicar las exigencias antetanta negligencia en un hospital que hoy se sostiene con donaciones: “Hace dos semanas donaron 8.000 pesos en paracetamol porque en la farmacia siquiera había ibuprofeno. Y el hospital tiene tres quirófanos, pero hoy se usa sólo el obstétrico, con los riesgos que implica, porque los otros dos no funcionan. Una paciente diabética entró en coma y falleció porque no pudo hacerse su diálisis”. Pero como el pueblo siempre ayuda al pueblo, se autogestionaron. Comenzaron una campaña de donativos que recaudó unos 200 mil pesos. “Los dos respiradores nuevos que tenemos y algunos mamelucos son gracias a que nos organizamos y por la ayuda de la gente, no del Estado”, expresaron expresaron desde Castelli y contaron que algunas clínicas privadas les prestaron los selladores para confeccionar sus propios camisones, ya que no tenían ninguno, ni cofias, ni botas, ni nada: “Realmente son cosas que no veíamos hace tiempo. Nos hicimos un stock de materiales donados y nos habilitamos un depósito para ello pero pronto se va a terminar”.
En medio de los balconazos y aplaudasos que cubren desde la TV, en medio de los titulares que dispersan estas realidades, desde las distancias cuesta imaginarse que así como el Bicentenario hay seguramente decenas de hospitales en todo el país con las mismas o peores condiciones. El blindaje mediático y político en tiempos de crisis nunca faltaron; y por eso mismo ponemos el hombro desde la asamblea chaqueña para gritar que merecemos una asistencia digna como las y los trabajadores merecen salarios dignos: “Vos sacás los 60 precarizados que hay acá en el hospital y vas a contar con tu mano al personal fijo”, expresaron. Y en este contexto, el cinismo del Ministerio de Salud de Chaco fue muy evidente al decir que ambientaron el lugar con 57 camas, 40 con oxígenos y 10 de terapia: “¡Mentira! hay sólo seis camas y están ocupadas. Si fuera cierto, igual sería una locura, mínimamente se necesita un enfermero cada tres pacientes pero ahora hay dos por guardia. ¿Cómo atenderíamos más de 25 personas en ocho horas?”, se preguntan quienes además del silencio se enfrentan con la constante amenaza de quedarse sin empleo. No se trata ni de heroínas ni de héroes, son laburantes. Por ellas y por ellos levantamos la voz desde nuestras asambleas poderosas; para no escuchar nunca más estas frases: “Mi mamá no tiene mucho, con su plata me compro cinco antiparras y cada una sale 200 pesos, ¿el Estado se olvidó de nosotras?”.