Cuando la casa 79 de la manzana 35 en la Villa 31 se quedó sin agua, el Barrio Mugica tenía 13 casos confirmados y ninguna respuesta real a la crisis habitacional de muchísimas familias que comprendían vecinos en grupos de riesgo. Pero esa casa no era un caso más. Ahí esperaba Ramona, insulino-dependiente, cuidando a una hijita en silla de ruedas, con Síndrome de West y Síndrome de Aicardi, que no puede hablar, ni comer sola, ni plantear síntomas, ni mantener la postura: requiere oxígeno por las noches y una asistencia total. Junto a ellas, también ahí, estaban viviendo su pareja, otra hija, su cuñada de 62 años, su cuñado de 68, su sobrino con problemas cardíacos y su sobrina diabética. No por capricho, esperaban su relocalización hace 4 años. Intensificaron su reclamo en 2018, cuando debió materializarse la mudanza. Y más aún cuando se declaró el aislamiento social obligatorio. Y más aún, cuando los dejaron sin una gota en la canilla. Pero nunca llegó la vivienda, ni la respuesta, ni el agua. Llegó el coronavirus.
Hace tres días, Ramona está intubada, sedada, con respirador.
Y su compañero, como su sobrino, todavía está esperando los resultados.
Pero sus dos hijas, su sobrina y sus cuñados, ya están entre los nuevos confirmados.
De las decenas de videos que hizo Ramona para que alguien la viera, para que alguien la escuchara, para que alguien la rescatara, el último terminó con lágrimas, de angustia, de impotencia, de verdad. Lo improvisó indignada, mientras Diego Santilli explicaba en el programa de Laje que «la situación de la 31» ya estaba «controlada». Y lo grabó en ese mismo momento, para enviárselo a Leandro Santoro que iba como invitado al programa de Fantino, un rato después. Por los tiempos de la televisión, sus palabras no salieron en América TV, pero se publicaron por enésima vez en La Garganta, y también en Telefé, y también en la TV Pública. Lamentablemente, parece, nadie lo vio. Como pudo, siguió respetando la cuarentena, relegando todas sus tareas comunitarias y todos sus demás quehaceres laborales, a la espera del postergado traslado que finalmente llegó, llegó antes que la «normalización del agua», pero terminó siendo un traslado sanitario con un cuadro de neumonía, hacia el hospital donde le diagnosticaron Covid-19.
A los demás miembros de su familia, todos sus convivientes, apenas les tomaron la temperatura. Ahí, el testeo sólo se les realizó a su compañero y su sobrino, en el Polo Educativo María Elena Walsh, incumpliendo los protocolos de cuidado y prevención, a este nivel: los pacientes hisopados deben esperar sus resultados afuera del edificio, donde se concentra inevitablemente una insólita reunión de vecinos o desconocidos que se dividen unos minutos después, entre quienes emigran del barrio y quienes regresan a sus casas.
Sí, de verdad.
Transportados como tantos vecinos en micros escolares al hospital, la pareja y el sobrino de Ramona estuvieron 2 horas y media de reloj esperando arriba del colectivo. Y una vez abajo, fueron alojados en una unidad febril por 2 horas más, hasta que llegaron por fin al Pabellón Koch, «el sector reservado para sospechosos de coronavirus», con camas ubicadas en «boxes» y separadas por durlock, sin abrigo, ni privacidad, ni contención, ni nada. Más de 24 horas después, ninguno de sus demás familiares había sido todavía hisopado, porque «pasaron muchas personas por ese Polo Educativo» y todavía no había sido desinfectado… Cuando finalmente los buscaron para testearlos, a la mañana siguiente, el centro de atención ya estaba otra vez lleno de gente y entonces los llevaron a la «unidad epidemiológica», que suena maravilloso, pero no: es un camión instalado a unos pocos metros, donde la silla de ruedas no pasaba por la puerta, de modo que su hija debió ingresar a upa de otro vecino, para que la pudieran revisar.
Y como ella no puede hablar, intentaron hacerle un segundo hisopado, desconociendo si tenía síntomas o si ya estaba testeada. Por suerte, literalmente por suerte, su cuidadora interfirió para notificarles el cuadro de situación, mientras su cuñada y su cuñado esperaban temblando en la misma casa que siguen ahora, sí, en la misma casa, de verdad.
¿Esta sería la nueva normalidad?
Ramona y su compañero son laburantes monotributistas. Ambos trabajan como gestores de trámites para personas con discapacidad, coordinando sus traslados a escuelas y centros de terapia. Pero además, ella también dirige toda el área de salud en la Casa de las Mujeres y las Disidencias dentro del barrio. Y también cocina en su casa, para poder sostener todos los gastos que implican los medicamentos y la dieta específica de su hijita. Al día de hoy, ellas están separadas y todos los ingresos de la familia están absolutamente bloqueados por esta situación. Ya no tenemos más recursos, ni más desesperación, ni más medios para denunciar tanta desidia, entre tanto dolor.
Basta de silencio,
por favor.