26 mayo, 2020
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Sin garrafas, ni lavandina, ni alimento, ¡se hace imposible cualquier aislamiento!

 

Ahora, no llora Ramona, pero sigue llorando la Villa 31, que ya no tiene más lágrimas en las canillas, después de 23 fallecimientos. Ahora llora Emanuel, que grita pidiendo auxilio desde Villa Azul, donde llega el mismo virus a desnudar la misma pobreza estructural, sin agua para lavarla, sin comida para disimularla. Llegó algo, llegó tarde, llegó mal. Y sí, con muchísima preocupación, intentamos procesar las imágenes impactantes del barrio totalmente militarizado, comprendiendo la situación pandémica y valorando la participación efectiva de la propia comunidad, que aceptó mediante sus referentes y organizaciones subordinar prácticamente todas las libertades individuales en función del cuidado colectivo. No hay berretines, hay conciencia, porque no se tomó una decisión arbitraria, se consultó a los referentes del territorio, para salvaguardar vidas e incluso sus vidas. Pero las condiciones pautadas fueron otras, que todavía no se cumplieron, que todavía no se cumplen.

 

Y que se tienen que cumplir.
¡Ya mismo!

 

Emanuel no llora por gusto, llora porque acaba de darle positivo el hisopado a una mamá de la escuela, «que hacía la misma fila que toda mi familia, para buscar la comida». Y entonces necesitamos que «se realicen ya mismo los testeos a todos los contactos estrechos». Ahí, en esas 4 manzanas que rodean su casa, «no se hicieron todavía los hisopados y ni siquiera se les tomó la fiebre a nuestros vecinos». Llora entonces, porque «vivimos igual que todos en Zavaleta o en la Villa 31 y ahora estamos totalmente blindados», ¡sin las garantías acordadas! Detrás de las casas que asoman en los noticieros, no hay agua, no hay cloacas y las changas están congeladas desde que comenzó la cuarentena, cuando todas las autoridades comprendieron y reconocieron que la matriz del «Quedate en casa», no era para cualquiera…

 

El blindaje llegó rápido,
pero el hambre no espera.

 

Sobre semejantes condiciones, cerraron los accesos al barrio en tiempo récord, pero sin proveer primero todas, todas, todas las garantias esenciales, indispensables e innegociables, como el abastecimiento vital de los insumos básicos para cocinar y limpiar. Nadie merece, ni puede, ni debe pasar un día y medio sin morfar. Y ya ni quienes tienen dinero pueden salir a comprar, porque los mercaditos tampoco pueden abastecerse, ¿se entiende? Hay hambre, hay miedo y no hay más ollas populares, ni manera de zafar, ni certezas para lo que viene, porque los alimentos que recibió Emanuel no alcanzan para dos semanas, «alcanzan con suerte para dos días».

 

No sabemos cuándo terminará el aislamiento,
pero todos debemos tener bien claro dónde empieza:
en la comida, en las garrafas y en los productos de limpieza.