1 junio, 2020
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Azul, el color del cielo


 
En Villa Azul las casillas tienen como vereda al Acceso Sudeste; una autopista desde donde se puede ver el barrio en su anfibia desigualdad. Allí uno distingue una especie de olla gigante, las viviendas van descendiendo en un laberinto típico de nuestros barrios populares, hasta encontrarse con una canchita de pasto sintético, cerca de la calle Chubut. Ahí nomás vive Noemí, cartonera: «Tengo 65 años, vivo sola y tenía el cobro del beneficio familiar, estoy inscripta desde el mes de abril, pero hasta ahorita no me llega», dice con su mirada cansada porque hace dos meses que no duerme, cayó un árbol en su casa y desde entonces teme día y noche por un derrumbe.
 
Su mirada repleta de incertidumbre en un barrio sitiado era como la de Lucía, una vecina que sufre de EPOC: «El jueves me avisó mi hija que perdió el olfato y que se contagió. Después de eso se supone que venían a testear a todos, pero a mi casa no llegaron», cuenta con la mierda rebalsada entre sus pies. Ésta barriada, con sus 6000 habitantes, tiene un desborde cloacal en cada pasillo, impregnando su olor, donde también hay caños precarios de agua.
 
La calle Caviglia divide a Villa Azul entre Quilmes y Avellaneda. Atravesando el pasaje 7 vive Lorena, quien lucha constantemente con sus emociones: «Una se siente triste porque le gustaría no tener que pasar esto y a la vez contenta al saber que, gracias a la ayuda de un montón de gente, podemos llevar un plato de comida a cada casa. A mí me falta, y a un montón de familias también», comenta con los ojos cristalizados y su garganta a quebrar para despedirse al grito de “a pesar de las circunstancias que estamos no dejamos de ser seres humanos que extrañan mucho a los del otro lado”.
 
Estruja e incomoda la desidia habitacional del Estado. El coronavirus vino a visibilizar la pobreza estructural que hay en cientos de barrios similares. Hay que ver si entendemos, que lo último que se pierde son nuestros valores humanos.