El Barrio San Martín, al oeste de la ciudad de Paraná, Entre Ríos es otro de los rincones que tiene para contar nuestras dificultades a la hora de estudiar. El suelo que pisamos, bien cerquita del volcadero municipal, es testigo de muchos derechos vulnerados para quienes sostenemos a diario la idea de una vida más digna y nos organizamos para transformarla. Principalmente ahora que se retuerce nuestro acceso a la educación: 1 GB de internet son dos horas de clase, cargar un pack de datos en el kiosko nuestra nueva profesión.
Marianela Alejandra Molina, de 24 años, creció en estos pagos, entre juegos y angustias por no tener muchos de los servicios básicos como agua y tendidos de luz seguros, gas y cloacas. Ella vive con su papá de 74 años, su mamá de 49 años y su hermano de 22 e integra con otros 5 vecinos de la asamblea un proyecto para crear una cooperativa avícola. Pero hoy nos relata sus dificultades para estudiar sus siete materias del año: «Estoy en la tecnicatura en higiene y salud animal. Es lo más parecido a ser veterinaria, carrera que no pude elegir porque la facultad más cercana está en otra localidad». Es primera generación en su familia en llegar a un nivel superior, aunque tiene muchos obstáculos en la pista: «Los gurises del barrio no tienen cómo hacer sus tareas. La falta de conectividad es algo con lo que no podemos vivir en este contexto de pandemia».
Marianela compra packs de datos para conectarse y así sostener su cursada: «Yo compro por $120 unos 2GB que dicen que dura tres días; no es así. Voy cuidando que me alcance y que no se me corte. Cuando empecé, durante el primer cuatrimestre tuve ganas de abandonar todo. Debía tener plata para poder cargar crédito y continuar, mientras me tocaba colaborar con algo en casa, me costó demasiado». De todos modos, ella persiste, como puede: «A veces también debo sacar fotocopias, gastando hasta $300, porque estar leyendo desde el celular o la computadora me jode la vista».
Tiene muchos sueños y proyectos, como tantas y tantos de nosotros. Mientras el calendario educativo no se detiene para quienes desde abajo soportamos los cortes de luz constantes, la brecha educativa se extiende con quienes no padecen estas dificultades: «Camino por mi casa para agarrar señal. Donde tengo suerte es en la pieza de adelante que da a la calle, a pesar de que es la parte más ruidosa porque se escuchan los camiones que pasan para llevar la basura al volcadero que tenemos cerca». Así, historias como las de Marianela se replican en las casillas más remotas de nuestro país.
Desde esa urgencia nació la ilusión que llamamos #ContagiáConectividad,
para que podamos formarnos y así transformar nuestra realidad.