2 agosto, 2020
, Educación pública

La revolución del guardapolvo

 

 

A las 08:06 de la mañana, hace exactamente dos años, un estallido hizo temblar todos los pizarrones de la educación pública del país. Un silencio tan injusto como ensordecedor nos rompía el tímpano y manchaba los guardapolvos con impunidad. Porque Sandra Calamano y Rubén Rodríguez, docente y auxiliar de la Escuela Nº49 de Moreno respectivamente, fallecieron tras la explosión por las malas instalaciones de gas, por el abandono estatal. La comunidad educativa del conurbano bonaerense luchó entonces contra el blindaje mediático y las justificaciones de una desidia estructural que nunca antes fueron tan evidentes, tan dolorosas y tan arraigadas a la mugre de la falta de respuestas. Ahí fue que nació una resistencia a nombre de ambos, desde las aulas, las ollas y los pupitres; donde maestras, estudiantes, personal auxiliar y las familias salieron a colmar las calles para decir ¡basta!

 

Hernán Pustilnik, docente de la Escuela Nº49 y compañero de ambos, dice que los recuerda “desde el amor, la solidaridad y el compromiso”. Para él, la muerte de sus compañeros “no fue un accidente, sino un asesinato que unió a la comunidad educativa”. Este grito juntó sectores antagónicos en una sola bandera con sus caras. Hernán, como tantas otras y otros maestros, dieron clases abiertas cuando suspendieron la entrada en todas las instituciones de Moreno tras la explosión. Se levantaron ollas populares, se hicieron marchas en todo el país y se exigieron mejores condiciones edilicias. Una verdadera revolución del guardapolvo: “Sandra, para los alumnos, era muy particular cuando saludaba todas las mañanas y cuando se despedía por la tarde. Lo mejor que podemos hacer es mantenerlos vivos en la memoria, en el aula. Diciéndoles a los estudiantes por qué tenemos nuestra escuela arreglada y por qué otros no, quiénes fueron ellos, lo especiales que eran”.

 

Hoy, Alejandra, hermana de Sandra, aún permanece con un nudo de injusticia en la garganta: “En la causa no se avanzó en nada y por eso todavía exigimos justicia”. Asegura que “estaría detrás de lo pedagógico en este mismo momento, armando bolsones de alimentos o creando manualidades por el día de la niñez”. Es que ella era muy inquieta, no se hubiese quedado con los brazos cruzados esperando nada, se estaría organizando. Principalmente eso es lo que más tenían en común con Rubén, el corazón de su hermano Diego lo cuenta: “Él estaría luchando por la sociedad, como un militante más, atrás de una olla popular”. Se procesó al interventor del Consejo Escolar y a otras siete personas más, pero ahí terminó todo. Todavía falta justicia. Y hace dos años nos faltan ellos.

 

Por ambos, nuestro puño está en alto diciendo ¡presentes! Porque Sandra debería estar coordinando la orquesta de sus pibas y pibes y porque Rubén debería estar enseñando carpintería en el Centro de Formación 413. No olvidamos, no perdonamos y con tiza escribimos sus nombres, porque la memoria es una materia obligatoria en la docencia.

 

Sandra y Rubén,
cátedra de dignidad y conciencia.