Al oeste de la ciudad de Paraná, antes de toparse con una cadena montañosa de basura más conocida como «El Volcadero», se encuentra el barrio San Martín y, en honor a su nombre, una herencia de lucha que aún resiste. Acá juntamos lo que venga para tener un plato de comida: cobre, plástico, cartón. Pero hoy en día no se saca tanto de ‘El Volca’ como antes.
El hartazgo de las promesas incumplidas se nota en Carolina Nichea: «En nuestra cuadra dijeron que iban a poner asfalto y nunca cumplieron. Es urgente, la polvareda que se levanta nos hace mal cuando respiramos». Daniela Diaz, una de las vecinas que sostiene el merendero «Pancitas felices» que, al igual que el comedor «El Rockito», abrimos hace tres años, cuenta que «las casas son muy precarias, hay muchos ranchitos y las instalaciones de luz son peligrosas». Durante la cuarentena y ante el aumento de la desocupación que nos preocupa, ambos espacios duplicaron su demanda: «Lo sostenemos haciendo lo mejor que podemos con lo que tenemos. Si no hay galletitas, cocinamos algo casero. Semana a semana planificamos para que funcione».
Hace mucho tiempo, un filósofo bajito de nuestro barrio nos enseñó que el antónimo de la libertad es no comer; para Sandra Martínez, como para muchas y muchos que vivimos acá, también es «tener una casa digna y las necesidades básicas satisfechas». También se suma Paola Pereyra a este grito libertador: «Vamos a ser libres cuando todos tengamos un trabajo digno con el que sostener a nuestras familias sin reventarnos».
Rosalía Albornoz se lamenta de que la mayoría de las familias del barrio deban sobrevivir de lo que extraen del basural: «Muchas personas pasan la mayor parte de su día trabajando en ‘El Volca’. Para mí, libertad sería salir del basural, disfrutando de otras cosas, como estar en familia».
En el San Martín luchamos para tener la dignidad garantizada,
y para ser libres, lo demás no importa nada.