Tras un estallido sorprendente y un despertar esperanzador, el pueblo chileno vuelve a sentirse ilusionado, porque una nueva realidad es posible. Por eso, ayer regresó a la calles y a las urnas a depositar su convicción: ¡se necesita una nueva Constitución! Y aunque este nuevo paso no garantiza en sí mismo un cambio trascendental, sí significa una gran oportunidad que reaviva la confianza de todo el campo popular.
Desde 1980, cuando el dictador Augusto Pinochet la creó, la Constitución chilena no atravesó ninguna reforma significativa que pusiera en jaque su carácter neoliberal, filofascista y tramposo a la democracia. Por el contrario, jugó deliberadamente para el mercado y marcó la cancha perversamente a millones de personas, a las que condenó a una vida sin acceso a la educación, ni a la salud, ni al agua, ni a una vivienda digna. Porque los pobres se mueren sin acceder a un techo y los abuelos se suicidan por no tener con qué pagar la renta; porque los disparos fueron a los ojos, pero no a la memoria; porque estudiar significa una deuda económica eterna y la comunidad mapuche es expulsada de su tierra: llegó el momento de cambiar las reglas del juego y, esta vez, la pelota la tiene el pueblo. Un nuevo futuro es posible y el deseo de volverlo realidad es inflexible. Chile resiste, en una lucha larga y un sueño colectivo.
Desde ayer, cuando el pueblo eligió la transformación,
Latinoamérica es un lugar un poco más equitativo.