En esta pandemia no sólo entró en crisis nuestra salud física, sino también la mental: hoy no estamos para mantener los tabúes, porque en nuestros barrios nos salta la vena de los nervios y nos grita el estómago rogando por algo de comida. Entonces, ¿cómo no vamos a sentir ansiedad si estamos de madrugada viendo cómo los baldes se llenan lentamente gota por gota? ¿Cómo no vamos a sentir miedo a enfermarnos si en el 30% de las casas hay más de un grupo familiar viviendo y compartiendo una sola canilla? ¿Cómo no vamos a estar tristes si vemos que todas y todos a nuestro alrededor se contagian? ¿Cómo evitar el dolor si la mitad de las familias debe limpiar su hogar con agua que presenta anomalías, desde olor, color y sabor, hasta partículas de tierra? ¿Cómo no vamos a tener bronca, si cada segundo que pasa debemos esquivar los tendidos eléctricos precarios que sufre la mitad de las familias en nuestros barrios? ¿Cómo manejamos la ira, si somos 30.500 vecinos y vecinas que morfamos gracias a la solidaridad? ¿Cómo no vamos a preocuparnos, si según el INDEC necesitamos 43.785 pesos para cubrir la canasta básica y el promedio que cobran nuestros vecinos es de 13.500? ¿Cómo no vamos a angustiarnos, si vivimos hacinados como el 30,64% de las casas en donde vive más de una familia? ¿Cómo nos vamos a atender, si en el Barrio Yapeyú de Córdoba tenemos una psicóloga para 10.000 familias, si Liliana del Barrio San Martín de Paraná no pudo acceder a un profesional cuando perdió a uno de sus hijos o si para los más de 60 mil habitantes de la Villa 31 sólo contamos con 5 profesionales? ¿Cómo no llorar cuando perdemos a nuestros pibes y pibas por no tener a dónde acudir para que accedan a tratamientos por consumo problemático?
En el Día Mundial de la Salud Mental, seguimos insistiendo que en nuestros barrios necesitamos un abordaje integral.