19 noviembre, 2020
, Alimentaria

GRITAMOS PARA ALIMENTARNOS

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Miramos las discusiones que se dan en este mundo globalizado acerca de conflictos universales vinculados a la tecnología, modernización y urbanismo y notamos que sus miradas aspiracionales les limita ver lo qué falta realmente en esas perspectivas: resolver un principio básico como la alimentación. Un problema primordial que las y los venezolanos sufrimos diariamente y que requiere una respuesta desde lo humano. En los barrios nos levantamos todos los días con esa preocupación y sabemos que pensar en comunidad es pensar que cada boca de nuestro pueblo debe tener satisfecha esa necesidad.

Desde que salimos por la mañana buscando la arepa del desayuno, nos encontramos con la dificultad de encontrar el alimento. En ese camino, nos cruzamos con muchas vecinas y vecinos en la misma situación, nos miramos y entendemos que nos atraviesa el mismo problema. El señor Emilio es una de esas personas que nos cruzamos diariamente en la Parroquia Altagracia, que durante estos tiempos bajó casi 40 kilos y, sin lugar a dudas, piensa que la alimentación es mala. Los datos más recientes del Centro de Documentación y Análisis de los Trabajadores (CENDA) indican que se necesitan 180 salarios mínimos para completar una canasta básica. Este desfasaje se debe primariamente a precios dolarizados en una economía asediada y con problemas de acceso a la gasolina que se trasladan a los precios de los alimentos.

”No hacemos las tres comidas diarias. Ni siquiera dos comidas“, padece Emilio, que vive solo. «Atendía un taxi, pero me quedé sin este por lo caro de los repuestos. Entonces, me puse a vender algo para ganar lo mínimo y, con eso, sobrevivir”, agrega. En los barrios empobrecidos y en toda Venezuela desde antes de la pandemia la alimentación es un problema a causa del bloqueo, la especulación por los comercios y las negligencias en el poco control del Estado en los precios justos.
Con sus 67 años Emilio cobra la pensión de vejez, unos 400 mil bolívares equivalentes a 2 panes campesinos. También recibe los alimentos distribuidos por los CLAP como un paliativo importante en estos momentos de necesidad. Sobre los momentos previos a la pandemia reflexiona: “Uno evolucionaba más. Había más cosas, un poco más de dinero, un poco más de comida. Ahora, con esta situación, no conseguimos nada, nada, nada. Con la pensión que me llega no me alcanza”.

Los barrios siguen apretando sus dientes y ya no es solo para aguantar las injusticias sociales causadas por un bloqueo criminal, sino también para seguir adelante con la dificultad de acceder al alimento. Con la panza vacía, pero con nuestra dignidad intacta, seguimos gritando: ¡el alimento que produce nuestra tierra es de sus habitantes y lo necesitamos a precio justo!

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