¿Saben? Hace mucho tiempo nos asignaron números durante la dictadura militar. Nos etiquetaron, villa a villa, con nombres numerales cargados de estigmas y políticas de erradicación. Dígitos por todos lados pero los números nunca dieron porque desde siempre nos arremangamos para sobrevivir en medio de una cloaca mediática que perpetúa esas mismas consignas. Como acá, en la ex 1-11-14, desde donde escribimos estas líneas y luchamos para romper el sentido instalado; desde donde el Obispo Gustavo Carrara, que nació en nuestros pasillos y fue miembro de la Parroquia Madre del Pueblo, divide la historia para contarla mejor: “Enumerar la villa para luego erradicarla fue el objetivo de la dictadura militar. Nombrarla Padre Rodolfo Ricciardelli es buscar su integración con la ciudad”. ¡Sí! Contra cualquier estadística de los mal intencionados numeradores, logramos cambiar nuestro nombre y ahora nos llamamos así porque nos debemos a ese cura; como el Padre Mugica y el Padre Daniel de la Sierra, puso las patas en el barro para defender nuestra integridad.
Ya llevamos un año con esta nueva identidad y, aunque todavía nos queda mucho por luchar, esta fue otra manera de empezar a sumar: porque estamos convencidos que nuestro antiguo nombre no era sólo un número más, era parte de la historia que necesitábamos cambiar. Y si de historia se trata, Rodolfo Ricciardelli es nuestro gran prócer, porque logró dar pelea para que de las 5600 casillas que había entonces, al menos unas 30 quedaran en pie. Las mismas fueron la base desde donde siguió empujando la idea de la urbanización como la define Elizabeth Tacuri Alejo: “Ricciardelli es el símbolo de la lucha por una vida más digna, porque defendió los derechos de los vecinos. Gracias a eso dejamos de ser numerados y pasamos a ser nombrados, dejando de lado la estigmatización”. Sin embargo, esa anhelada urbanización tarda en llegar y Elizabeth todavía ve diferencias sustanciales: “Lo que más sufrimos es la falta de agua, ya que la presión es muy baja. También padecemos los cortes de luz constantes porque las conexiones de cable son informales. Sin mencionar las cloacas que rebalsa ante cualquier lluvia que nos inunda”.
Y dentro de toda esta ecuación desigual, este año una vez más volvimos a ocupar el podio de la desidia, porque somos la segunda villa, después de la 31, con más casos acumulados de coronavirus entre el hacinamiento que nos hostiga, el hambre que no para y la falta de agua que nos castiga. Pero no nos callamos, ni frenamos; nos organizamos y cuestionamos, como nuestra compañera Patricia Orozco: “Acá festejamos el cambio de nombre de nuestra villa pero no estamos de acuerdo con que le digan ‘barrio’, nos falta mucho para serlo. La villa mejoró en algo, aunque no fue por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, sino gracias al trabajo de vecinas y vecinos organizados que abrimos espacios como postas de salud, comedores, nodos de conectividad y ollas populares, entre otras tantas resistencias”.
Con la cultura villera a la vanguardia, la exigencia de la justicia social, la bandera de nuestro cura y la organización de base, hoy seguimos soportando la precariedad, pero al silencio lo combatimos con convicción: nos definimos, nos nombramos y nos abrazamos. La Villa Rodolfo Ricciardelli tiene memoria y no va a parar hasta cambiar la historia.