Acá, ahora, escribimos con la inercia que nos genera la bronca ante la falta de soluciones. Acá, en la sobremesa de la indiferencia histórica, tenemos algunas velas para paliar tanta oscuridad y deterioro, pero no alcanza. Los cables se enredan, los transformadores explotan y el clima fresco o caluroso nos hostiga, porque el Gobierno de la Ciudad no nos ve ni nos escucha, sólo “resuelve” paliativamente. Según el Observatorio Villero de La Poderosa, el 80% de las y los vecinos electrodependientes de nuestras barriadas tienen problemas de luz y el 46% de nuestros tendidos sobresalen de las paredes. Trámites, llamados y reuniones. Nada hizo que esto cambie. Lo que sí sucedió es que perdimos nuestros electrodomésticos, alimentos, casas y vidas. Y ahora también nuestra paciencia.
En la Villa 31 exigimos.
Acá, donde todos los ojos posan, en el camino de una pseudo-urbanización, que tiene una inversión de 170 millones de dólares, hay empresas aledañas que sí tienen luz. En las tierras más preciadas de la zona norte porteña, la situación común de cada casa es la poca potencia de energía y la tensión debilitada que a veces ilumina menos que una vela, así lo vive en penumbras Ariel Pérez Sueldo: “Ni Edenor, ni Edesur, ni el Gobierno de la Ciudad. Siempre vivimos así, la luz se corta entre 5 y 12 horas al día, al menos 3 o 4 veces por semana. Hace poco instalaron negativo con negativo y me explotó la heladera, la tele, el equipo de música… ¡Todo junto! Nadie se responsabiliza”.
En el Barrio Fátima gritamos.
Acá, al sur de la Capital Federal, en otra costilla del distrito más rico del país, la situación no es tan diferente. Es un barrio pequeño, con siete manzanas y un complejo de viviendas donde la negligencia eléctrica nos pone los pelos de punta. Yamila Aquino, garganta poderosa del barrio, relata el sufrimiento: “Las manzanas más afectadas son la 7 y la 5, pero Edesur nos patea la pelota. La burocracia genera frustración, porque al final sentimos que no van a cambiar nada”. En el invierno la luz de la manzana 7 llegó a cortarse 6 veces por día todos los días, y esperaron a ver el transformador prendido fuego para arreglarlo. La Unidad de Gestión de Intervención Social es un órgano fundamental para nuestras demandas; sin embargo, no realiza el mantenimiento que debiera, no tiene las herramientas suficientes o culpa a las prestatarias como Edesur. Yamila convive diariamente con la realidad desesperante: “Acá se incendiaron cables, transformadores, postes. Repercute bastante en la salud de las personas mayores, que son insulinodependientes y no tienen cómo mantener la temperatura de sus remedios; hasta tuvimos que hacer colectas de frazadas estos meses de frío”.
En la Villa 21-24 no se aguanta más.
Acá es donde es más compleja la situación. En esta cuarentena hubo, por ejemplo, una semana en que se llegó a cortar 33 veces la electricidad, y a la par contamos 6 incendios. Desde siempre, en la Villa 21-24 luchamos para ser oídos, pero ya cansados hicimos una denuncia al gobierno porteño hace nueve años. La causa hoy está a cargo del Juzgado Nº4 en lo Contencioso Administrativo y Tributario de la Ciudad de Buenos Aires, encabezada por la jueza Elena Liberatori; allí duerme nuestra lucha con total indiferencia. Dicho juzgado intimó al entonces Jefe de Gabinete de Mauricio Macri, Horacio Rodríguez Larreta, para que resolviera el riesgo eléctrico. La causa declaró a nuestra villa en emergencia eléctrica, pero nada cambió. María Echevarría, referenta de la 21-24, sintetiza la angustia: “La respuesta del Gobierno siempre es una curita. UGIS viene y repara en reiteradas ocasiones. Antes de la pandemia, el Instituto de Vivienda de la Ciudad, otra entidad responsable, laburaba en las casas de la Manzana 2 para mejorar las conexiones dentro de las viviendas. Sin embargo, el arreglo que hicieron no es la solución completa al problema porque cuando queremos poner una estufa nos quedamos sin luz”. Y se indigna de tanto cansancio: “Las pocas cosas que uno puede comprar mensualmente se terminan pudriendo. No hay conectividad para los chicos, no podés usar el motor para subir el agua en plena pandemia: ¡nada!”.