Nos invade la emoción porque después de tantos años de gestación, destacando las coincidencias y abrazándonos en las diferencias, con discusiones interminables y argumentos razonables, intercambiando experiencias y reconociéndonos en las disidencias, nos volvemos a encontrar para gritar frente al Congreso por todo eso que sucede en cada barriada, pero que se oculta como si no pasara nada. Total, las que pierden son las villeras. Sí, ¡nuestras compañeras!
Acá abajo, donde no se reconoce nuestro trabajo de cuidado y el patriarcado se combate en colectivo, acceder a un anticonceptivo es una odisea para las vecinas de cualquier asamblea, ya que el precio es tan costoso que se vuelve alarmante y en las salitas de salud es normal el faltante; sumándose a la escasa información y las dificultades en la conectividad, no tenemos más opción que priorizar nuestra seguridad o el pan de cada día. ¡Entonces es un problema de economía!
En un ambiente tan hostil no abundan los datos duros, pero por año en Argentina se practican entre 370 mil y medio millón de abortos inseguros; es una deuda eterna, ¡y una de las principales causas de muerte materna! Hoy volvemos a la vigilia en las calles para que sea respetada nuestra decisión, con la cabeza alzada contra la estigmatización, porque no queremos llorar más hermanas ni que nos traten como incubadoras humanas. ¿Se escucha? La marea grita con euforia, las empobrecidas nos sacamos la vergüenza porque necesitamos respuestas urgentes para atender esta realidad.
Para que no se repita, vamos a hacer historia:
somos las sobrevivientes de la clandestinidad.
