* Por Gabriela Ramos, vecina de la Villa 31, sobreviviente de un aborto clandestino.
Hoy empieza el camino para que se vote en Diputados la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo y la verdad es que me genera mucha emoción y ansiedad. Para nuestros barrios y para las villeras, estos debates significan muchísimo: en las villas se practican los abortos clandestinos y somos nosotras las que arriesgamos nuestras vidas. En el barrio falta mucha información, nos faltan los recursos y la Educación Sexual Integral resulta fundamental; pero sí sabemos que a la hora de abortar te puede ir muy mal.
Hace 7 años quedé embarazada de mi cuarta hija; y no fue deseado. Yo sufría violencia de género por parte del papá de ella. Él no sólo me pegaba, sino que también me pateaba la panza. Cuando fui a la ginecóloga porque tenía un retraso, me dijo que estaba de tres meses y medio. Apenas me enteré, no paraba de llorar. Lloraba desesperada volviendo a mi casa porque ya tenía tres hijos y sufría violencia, hasta que hablé con una amiga que me aconsejó a dónde ir. El lugar al que fui a practicarme un aborto, en mi barrio, era una casa de familia: una planta baja que tenía una reja por la que entraba a un pasillito donde estaba la puerta a la pieza. La habitación era chiquita; tenía la camilla, una silla y nada más.
Me acosté, me pusieron las pastillas abajo y después me prepararon unas medicaciones caseras: me dieron tres botellas plásticas con muchos yuyos y me dijeron que lo tomara “hasta que lo largue” sin consumir más nada. Llegué a mi casa de vuelta y me recosté en mi cama con las piernas arriba contra la pared. Así estuve una semana, pero cada vez me sentía peor; entonces volví a ir y regresé pronto a mi casa porque me dijeron que era normal. Cuando ya habían pasado 2 semanas, estaba muy pálida, muy flaca y había perdido mucho peso por no comer nada. Me sentía muy mal y decidí caminar 15 cuadras para tomarme un colectivo hacia el hospital: cada vez que frenaba me hacía muy mal, sentía que algo me bajaba y volvía a subir.
Al llegar me preguntaron qué había pasado y yo les decía que tenía muchos dolores. Al principio negaba haber hecho algo hasta que me pidieron que no les mintiera; me empezaron a revisar, me metieron mano y terminé diciéndoles que me había hecho un aborto. Los médicos me decían que era ilegal, que eso no lo podía hacer, que ellos podían llamar a la policía para llevarme detenida porque era como quitarle la vida a una persona: me dijeron que era un homicidio. Todas esas cosas fueron tan fuertes que me quedé traumada. Mi hija finalmente nació, aunque cuando me hacía los controles, me advertían que iban a revisar que los realizara; estuve muy asustada y no se lo podía contar a nadie; con el tiempo empecé a decirlo y terminaba siendo juzgada o mal mirada.
Para que la maternidad sea realmente nuestra decisión, necesitamos esta ley ya: no queremos ni una menos por abortos clandestinos.