Era terrible. Desde los 17 no paraba de alzar la mano para ser el primero en pasar al frente y ayudar a revocar los sueños de la asamblea de La Poderosa en el Barrio El Bosco II, de Santiago del Estero. En medio del calor de la provincia, Nelson Gerez transpiraba solidaridad: “Cuando esté terminado el lugar, voy a ayudar en el comedor, mamá”, repetía con orgullo. Y así era, un orgullo, porque desde hace tres años formaba parte de la cooperativa de construcción; fue una de las manos que se pasó día y noche ayudando a levantar la Casa de las Mujeres y las Disidencias y fue quien cargó en su carro el tanque de agua para el comedor y luego colaboró para instalarlo. Siempre con una sonrisa. Con 20 años, se asombraba al ver a los caballos, a pesar de que él tenía uno, y ver a los gauchitos en las fiestas; le encantaba ir a la peregrinación de San Esteban para eso, y siempre lo hacía acompañado de su amigo Maxi, con quien jugaba a la pelota y aún viste una camiseta que Nelson le regaló.
Un pibe que lo daba todo por su familia, como lo describe su madre, Emilia del Valle: “Cuando veía que nos faltaba la comida, agarraba el carro y salía a buscar cualquier cosa para comer. Quería conseguir un trabajo formal para poder colaborar en la casa y que eso lo alejara de las drogas, pero le resultaba muy complicado tener un empleo porque a los 14 debió dejar la escuela”. Nelson era un pibe al que la situación de consumo problemático le había arruinado la vida y aun así buscaba la forma para que otros pibes tuvieran una vida mejor. Y lo enojaba el hambre, por eso en el comedor de La Poderosa ayudaba a repartir los platos de comida para las 1027 personas que asisten diariamente. Su único refugio era la asamblea del barrio. ¿A Nelson también le van a hablar de meritocracia, porque «el que quiere, puede»? Él quiso. Mucho tiempo quiso. Quiso cambiar su situación, pero no pudo. Sí, Nelson quiso, por eso todos los lunes a las 10 de la mañana ya estaba sentado frente a la computadora en la Casa de las Mujeres y Disidencias donde tenía privacidad e internet para las sesiones virtuales con el psicólogo. Pero nunca recibió las videollamadas del Dispositivo Integral de Abordaje Territorial que depende de la SEDRONAR. Le soltaron la mano, ni una sola vez le escribieron. Él quiso, pero no hay ni un centro gratuito de rehabilitación serio que acompañe a los pibes.
“Yo lo veía y sabía que quería salir de su adicción, pero le costaba mucho hacerlo”, lamenta su mamá. 20 años tenía Nelson y militaba con el corazón, militaba porque sentía ese pulso que se había vuelto su contención. ¿Son vagos? Sólo bastaba con verlo de cerca, porque era guachín, porque sentía vergüenza de pedir ayuda, pero lo hacía igual. Ahí, en ese barrio que lo vio crecer, que lo vio andar sobre su caballo como recuerda Maxi, su familia también lo vio irse. Después del 31 de octubre, ya no pudimos encontrarlo a Nelson alzando la cuchara de albañil para construir su sueño. Todo nuestro colectivo lo sigue llorando después de que se haya suicidado, a la sombra del Estado que lo abandonó. Su madre hasta hoy sigue pidiendo que a ningún otro pibe le suceda, porque como él, otros seis se quitaron la vida este año en El Bosco II y el Barrio Belén, que está pegado: “Hoy grito para que las autoridades ayuden a los pibes que tienen tanta vida por delante. Muchos de ellos piden ayuda, pero no hay lugar para que puedan acceder a una rehabilitación. Yo ya no tengo a mi hijo, ¡pero necesitamos que salven al resto de los chicos!”.
¿Ahora qué nos van a decir? ¿Qué le van a decir a la familia de Emilia, que hoy también tiene a su sobrino internado por adicción a las drogas y que ningún organismo lo ayuda a rehabilitarse? Nelson pidió ayuda, pero el ente que debía hacerse cargo porque su trabajo es ayudar a pibes en situación de consumo, lo dejó solo. Su mamá siempre supo que sin plata no era posible una rehabilitación, porque a veces no tienen ni para comer.
Nelson intentó salvarse; quiso, pero no pudo.
Sin acompañamiento estatal, ¿quién va a poder?