Ya no podemos aguantar más que nuestros pibes y pibas sigan jugando entre los paisajes fumigados: mientras más se aplican los agrotóxicos, más muertes provocan. Los permisos al uso de estas sustancias de la agroindustria en detrimento de la salud son alarmantes, a pesar de haber conseguido un poco de justicia la semana pasada con la condena al responsable del fallecimiento de Nicolás Arévalo, un niño de cuatro años, en abril de 2011, después de intoxicarse al tocar endosulfán que hoy está prohibido en Argentina por los daños que genera.
Aquel 4 de abril, Nico estaba estaba jugando con su primita que comenzó a sentir dolores en el pie, mientras que él empezó a vomitar. Hoy, su madre Gladys Arévalo recuerda los momentos más difíciles de esta lucha: «Los médicos no me decían lo que tenía; supe por el forense cuando me entregaron el cuerpito que fue por envenenamiento”. El suelo correntino, donde Nico pasaba sus días, se fumiga con absoluta negligencia en un país que aplica 107 tipos de agrotóxicos que están prohibidos en diferentes partes del mundo. En la localidad de Goya, el agricultor Ricardo Prieto, procesado por el caso de Nico, había sido absuelto en el 2016 y finalmente, por la perseverancia de la familia Arévalo, la semana pasada fue condenado por 3 años, aunque no irá a la cárcel porque la sentencia es sólo realizar un curso sobre manejo de fumigaciones.
Algunos daños colaterales son las dificultades de fertilidad, las enfermedades respiratorias, las pérdidas de embarazo, el cáncer, la diabetes y sobre todo hipotiroidismos que carecen de registros oficiales, pero que están presentes en las localidades como Goya: «Yo sentía que Prieto no iba a ir a la cárcel, pero por lo menos todos sabrían que él es culpable de la muerte de mi hijo y que el veneno mató a Nico. El dueño de la chacra le dijo al juez que la fumigación que lo mató estaba alejada, pero el olor se sintió y se siente igual, ¡hasta ahora nos hace doler la cabeza y el estómago!». Muchos reglamentos aseguran que únicamente se puede aplicar químicos terrestres a 100 metros de distancia de zonas habitadas y a 200 en los casos de aplicaciones aéreas: ¡no alcanza ni se respeta!
Gladys aún se angustia al recordar el día del juicio: “Dijeron que a mi hijo lo mataron como a los bichos; tuve que salir porque fue fuerte, me dejó muy mal». Mientras ella llora, vemos cómo la impunidad avanza eliminando productores de la agricultura familiar, empobreciéndolos y también distribuyendo alimentos contaminados desde la aplicación de químicos en las raíces. ¿Qué estamos comiendo? ¿Cuánto se puede tolerar? Gladys iluminó a muchas familias con la fuerza que la sostiene: “A Nico no me lo van a devolver, pero hoy se sabe la verdad: lo mataron con agrotóxicos; por las noches miro su foto y lo sigo extrañando».
Se nos mueren nuestros pibes,
mientras nos están fumigando.