Acá estamos, apelando a su sensibilidad, otra vez. Hoy les pedimos que, por un momento, hagan el esfuerzo sobrehumano de tratar de entender lo que se siente que sean las 3 AM y les agarren convulsiones; vomitan, se les va la lengua para atrás, se les ponen los ojos en blanco y su hijo llama al 107 para que venga una ambulancia y terminar con semejante calvario. Pero tienen la mala suerte de vivir en un barrio olvidado de Rosario y entonces les dicen que enseguida la mandan, pero nunca llega. Mientras tanto, les piden que atiendan ustedes mismos la llamada, porque necesitan corroborar su estado. Y a pesar de todo, tienen que esperar hasta el otro día y pagar un remis hasta el hospital, porque su salud depende de un gobierno provincial que tiene 18 ambulancias tiradas en un galpón, porque se fueron rompiendo y en lugar de pagar la reparación, decidieron sacarlas de circulación. Sientan lo que es que en los 17 años que vivieron en el barrio jamás hayan visto entrar una ambulancia y que ningún funcionario, ni municipal ni provincial, haga nada por modificar una realidad tan dolorosa: sientan que son Nadia, del Barrio La Cariñosa.
¿Y qué pasa si se descomponen nuestras hijas o hijos? Pónganse en nuestro lugar, piensen que a su hija le falta el aire, le cuesta respirar. Sufre de presión alta y no es la primera vez que le pasa. Llaman a una ambulancia pero ya saben que no llegan hasta su casa, porque viven en la parte más marginada de Granadero Baigorria, y entonces es siempre la misma historia: que el agua, que el barro, que la inseguridad. Y frente a la desidia de la Municipalidad baigorriense, no les queda otra que ir por sus propios medios, aunque el hospital quede a más de 20 cuadras, aunque les duela en el alma y estén cansados de remar contra el viento: pónganse en el lugar de Susana, del Barrio Camino Muerto.
Empatía necesitamos, para quienes deben hacer cumplir nuestros derechos y para toda la gente, porque no perdemos la esperanza de que nos ayuden a gritar por ellos. De que comprendan lo que es tener un padre con diabetes y que le hayan tenido que amputar una pierna. Que cobre una pensión por discapacidad, pero que tenga que usar esa plata para costear su rehabilitación, y el Hospital ILAR queda en el centro. Que antes le mandaban una ambulancia, pero que a los tres meses el Municipio de Rosario lo dejó en banda por “problemas de presupuesto”. Que le sale mil pesos el remis hasta el centro, y que tiene que ir dos veces por semana, así que la plata de la pensión no dura nada: empaticen con Mabel, de Barrio La Cava.
Trate de entender lo que es sentir que tu vida importa poco y nada porque, dentro del Gran Rosario, vivís en la villa. Y que hasta pedir una ambulancia se vuelva una pesadilla.