Quién hubiera dicho que después de infinitas rifas, tantas polladas, incontables bingos y torneos de truco íbamos a poder juntar cada moneda para armar a nuestras asambleas con la palabra autogestiva y villera. Quién se hubiese imaginado que cada página iba a ser escupida desde una ronda plurinacional. Quién hubiera pensado que sostendríamos la mejor calidad sin propagandas ni publicidad. Quién hubiese adivinado que en nuestras primeras ventas por las calles terminamos en una comisaría por el mismo estigma que nos empujó a gritar. Quién hubiera imaginado lo difícil que sería empezar en un rinconcito de Zavaleta: sin celular, sin luz, sin internet, sin cámaras ni grabadores y un teclado que sólo funcionaba cuando cambiábamos las teclas. Quién hubiese arriesgado que durante diez años andaríamos el camino para combatir al cinismo. Quién hubiese sospechado que llegaríamos a la ONU para denunciar la violencia policial. Quién hubiera contado con que las villas publicaríamos más de 100 revistas. Quién hubiese esperado un libro, una película, televisión y radio empapados de barrio. Quién hubiera soñado que las asambleas se multiplicarían por toda la región y que nos recibirían presidentes, referencias de los derechos humanos, la política, el deporte y la cultura. Quién hubiese visto la odisea de cada pasillo para sostener nuestra revista día a día durante una década. Quién hubiera intentado el cambio de qué, quién, cuándo, dónde, cómo para alcanzar nuestras cinco P: por qué, por qué, por qué, por qué, por qué. Quién hubiese confiado en que las villas construirían desde un 1º de enero un medio de comunicación, abrazándolo como su mismísima Revolución y cultivando la organización popular.
Nuestro periodismo villero seguirá gritando,
¡nunca nos van a callar!
