* Por Patricia, mamá de Franco Isorni, presuntamente asesinado por la Policía de Santiago del Estero.
El 25 de agosto Franco salió de trabajar como delivery y se juntó con sus amigos en una casa. A las 8.30 de la mañana del día siguiente me notificaron que había aparecido muerto en una rotonda de nuestra ciudad, Santiago del Estero, donde supuestamente había tenido un accidente de tránsito con su moto. Desde el primer momento me surgieron sospechas sobre la causa de su fallecimiento. No me querían dejar ver el cuerpo, lo cual es un derecho, y tampoco coincidían los horarios de los testigos que son la Policía y el personal de limpieza del sepelio, que aseguró que el cuerpo llegó a las 6 de la mañana, pero el accidente había sido a las 12.45 de la madrugada, entonces… ¿dónde había estado todo ese tiempo?
No sabemos qué fue lo que le hicieron, pero con mi hermana logramos ingresar a verlo y su estado hablaba por sí solo. Tenía un ojo reventado de una piña, hematomas en la cara y en el cuerpo y tres quemaduras grandes en la pierna izquierda, que no pueden haber sido del caño de escape porque está del otro lado y, según los forenses, sucedieron en vida, lo que indica que fue torturado. Al día siguiente de enterrarlo recibí una llamada en la que me dijeron que lo había matado la Policía. Era una chica con un número de teléfono de otra persona; no pude volver a contactarla porque tanto a ella como a su familia los amenazaron con tirarles una garrafa prendida y hacerles explotar la casa.
En otras oportunidades Franco también había sufrido hostigamiento por parte de la Policía. El 24 de mayo el personal de la Comisaría 3° de Santiago del Estero lo arrestó en la puerta de su casa, cuando estaba conversando con una amiga. Lo que todavía me pregunto es: ¿qué hacía un móvil de la Comisaría 3° en la jurisdicción sexta levantando a alguien de la puerta de su casa? La respuesta nunca la tuvimos; lo largaron a las 11 de la noche sin explicaciones ni notificaciones, absolutamente golpeado, sin poder caminar. Ese día manejaba la camioneta oficial Gustavo Gerez y, otro policía, Gustavo Pérez, se encontraba en el domicilio en el que Franco visitó a sus amigos la noche que murió; otra vez la policía de la 3° en una jurisdicción que no le correspondía.
Franco tenía 23 años, trabajaba, estudiaba y era un buen chico. Siempre muy cariñoso y generoso con la gente que lo rodeaba. Yo como madre puedo decir maravillas, pero los amigos y los que lo conocían piensan igual. Lo extraño todos los días y acá estoy, poniéndole el pecho, luchando para que se haga justicia por él. El dolor es muy grande, no tiene palabras. Acá en Santiago nos apoyamos entre las madres, salimos a calles a marchar y exigir justicia aunque estemos desconsoladas. La gente tiene miedo, hay muchos casos de gatillo fácil que no son visibles por el miedo a las represalias; te matan y no sale en ningún medio.
Desde que conformamos junto a otras madres el Comité de Lucha contra la Impunidad e Injusticia, la fiscal Leguizamón dejó de hablarme y empezó a mandar como intermediaria a Vanina Aguilera, quien hace las operaciones necesarias, como la reconstrucción del hecho, para poder cerrar la causa. Nuestro pedido para tener un poco de justicia es la impugnación de la autopsia y que se cambie la carátula a Homicidio. Mediante la investigación particular hemos determinado tres autores materiales: necesitamos continuar, y para eso precisamos el apoyo del Ministerio Público Fiscal, porque la impunidad con la que se manejan es increíble.