24 febrero, 2021
, Barrio Chalet

EL MACHISMO MATA, LA FALTA DE RESPUESTAS TAMBIÉN

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Todas frente al peligro, sobreviviendo. Mirando los pasillos y sintiendo en nuestros cuerpos la injusticia cuando matan a otra compañera. Acá, en la interseccionalidad de las violencias, estamos las villeras, las originarias, las pueblerinas, las campesinas, las negras. Nos enfrentamos al miedo, nos abrazamos y multiplicamos nuestros gritos para que a ninguna más le corten la voz, pidiendo que de una vez por todas funcionen los botones antipánico o las perimetrales como exige Gabriela Delgado, del Barrio Fátima: “Uno de mis agresores está preso y hay otro libre que se dedica a hostigarme cuando me ve en la calle. Aún así, desde el momento que pude zafar de todo ese círculo de violencia, mi vida cambió un poco, pero sigo intranquila cada vez que salgo porque tengo terror de lo que me pueda pasar a mí o a mis hijos. Sin embargo, gracias a la organización comunitaria me siento más cuidada. Quiero dejar de vivir con este temor y que al prender la tele no vea que hubo otro femicidio”.
Queremos dejar de mudarnos por sabernos amenazadas o de encerrarnos para sentirnos protegidas; necesitamos que ninguna otra vecina llegue llorando a las Casas de las Mujeres y las Disidencias para contarnos que es una sobreviviente más. Ahí siempre está el feminismo villero, con las promotoras de género que laburan para ser el sostén de la comunidad, aún sin reconocimiento salarial, ¡un trabajo esencial! Una de ellas es Natalia de Córdoba que hoy se anima a romper el silencio ensordecedor: “En las comisarías nunca me quisieron tomar las denuncias y me decían que ‘sólo eran amenazas’. Incluso, tengo una perimetral con mi ex pareja que nunca respetó y la Justicia no hace nada, ni siquiera me quieren dar un botón antipánico, a pesar de que mi vida siempre estuvo en riesgo porque él andaba armado”.
Historias repetidas que no tienen fin, las mismas víctimas y victimarios, el destrato sentado en escritorios oficiales y la complicidad detrás del banquillo. Y ahí, entre el espanto y el horror, siempre hay un hombro, un oído, una compañera: un plato de comida que te llena, un abrazo que te alimenta, un «no estás sola» que te abriga. Así, sólo así, nos salvamos; juntas, empoderadas. María del Carmen Correa, del Barrio Chalet de Santa Fe, le pone palabras a esta sororidad: “Yo sufrí violencia con el padre de mis hijos y tuve que separarme porque siempre llegaba ebrio del trabajo. Sin embargo, gracias a mis vecinas me puedo sentir más fuerte, porque el apoyo que recibí desde mi asamblea de La Poderosa fue un sostén enorme. Hoy puedo dormir más tranquila, sin pensar en que mañana me pueda apuñalar o matar en mi propia casa”. Todas conocemos a una mujer violentada, maltratada, golpeada, vulnerada o asesinada… Pasaron 16 días desde que lloramos a Úrsula y la violencia machista mató a 13 mujeres, incluyendo el femicidio de Guadalupe anoche en Villa La Angostura, en la avenida principal ante los ojos de todas y todos.
Es urgente cambiar el paradigma: las mujeres no tendríamos que portar, llenas de miedo, los botones antipánico que la mayoría de las veces no sirven como necesitamos. Los violentos denunciados deberían llevar la tobillera y estar monitoreados.
No queremos más víctimas encerradas; mientras los violentos estén libres, viviremos amenazadas.