Hoy gritamos en todo el país, porque la historia de Úrsula Bahillo es la de todas nosotras: la misma violencia, los mismos mensajes, las mismas amenazas, los mismos golpes, el mismo silencio y la misma impunidad. ¿Cuántas veces escuchamos semejante atrocidad? Úrsula tenía 18 años y la apuñalaron con la misma saña que a Celina Yésica Paredes, que el 5 de enero fue atacada por Juan Martínez. Su miedo estaba a la vista: había denunciado varias veces a su agresor sin recibir protección, como le pasó a Paola Tacacho, que la mataron en la vía pública. Con el corazón en la boca, por redes sociales y mensajes llenos de terror, ya había advertido el peligro que corría y la Policía Bonaerense omitió todas las denuncias sobre el uniformado Matías Ezequiel Martínez: la ignoraron igual que a Florencia Romano. El femicida tenía una perimetral que no funcionó, como sucedió con Cintia Verónica Laudonio, apuñalada en 2016; él intentó suicidarse después del crimen, como hizo el verdugo de Carolina Ayelén Rivero. Gritaba Ni Una Menos con la misma fuerza que Micaela García y fue asesinada por un integrante de las Fuerzas de Seguridad, que ejecutaron el 12% de los femicidios del último enero.
Úrsula, como otras, como tantas, como sólo ella, era amiga, hija y compañera. Hoy nos toca exigir justicia con el mismo dolor que ella pedía que no nos arrebataran a otra piba; hoy levantamos su voz, la que no escucharon, la que callaron; hoy seguimos por vos, para que no haya ni una más que padezca nada de toda esta mierda.
Úrsula nos duele y no es un caso aislado:
es el modus operandi del patriarcado.