Nómbrennos, menciónennos. Digan lo que aparece en esos 400 legajos que hablan de ‘depravados y sodomitas’. Hablen de nosotros y nosotras, de los desviados y las enfermitas, que persiguieron, torturaron y violaron dentro de los centros clandestinos de detención, antes de fusilarnos con impunidad. Acá estamos quienes nos desvelamos en una noche que perdura hasta hoy, donde la oscuridad de las esquinas sigue siendo la regla y las detenciones arbitrarias son parte de esa identidad consumida por la historia. Nómbrennos, que todavía tenemos memoria por todo lo que nos hicieron, las sobrevivientes y las que no están para contarlo.
Nuestro cuerpo tiene cicatrices que vuelven a ser heridas dolorosas cuando se acerca el 24 de marzo. María Noelia Trujillo es una chica trans y vive en Guadalupe, Santa Fe; logró superar los 35 años, el promedio de vida de la comunidad, y a sus 57 todavía le duelen los tobillos, porque durante el golpe de Estado los militares le golpeaban ahí cuando la veían caminar con tacones. Un día, se la llevaron detenida simplemente por existir: “Nuestra identidad fue motivo de persecución. Tenía 16 años cuando me tocó vivir la represión en primera persona: aquella vez, me tuvieron encerrada 14 días en un calabozo. Me obligaban a desnudarme en frente de todos, me quitaban la bombacha, se reían y me pateaban, te hacían sentir que no eras nadie”. Acá estamos quienes reconstruimos nuestra propia historia y la que engrosó la lista de desaparecidos: «Entre recortes de diarios, con los años, pude ver cómo nos nombraban: ‘Aberrante sujeto vestido de mujer’».
Alfredo Ricardo Carrera, vecino de Zavaleta, durante su juventud fue levantado por un Falcon, sólo por estar sentado en los pasillos de su barrio con dos compañeras más: “Tenía 14 años cuando conocí la cárcel con Vicky y Vanesa. Hoy tengo 53 y jamás me olvidé de ellas. Esa vez me llevaron a la Comisaría Nº 32 donde nos tenían a todos: gays, trans y travestis”. Alfredo hoy puede ponerle palabras al terror que padeció cuando lo violaban y lo torturaban: «Nos hacían dar vueltas como calesita, mientras nos pegaban, nos escupían, nos meaban y nos metían la cabeza adentro del inodoro lleno de mierda; cuando terminaban con todo eso, nos limpiaban con agua sucia y fría. Incluso, nos ofrecían como ‘chicas’ al resto de los presos”. Como si fuera poco, hoy sobrelleva sus recuerdos con la voz de su amiga que aún sigue desaparecida: “La última vez que vi a Vicky, me agarró muy fuerte de la mano y me dijo: ‘Negra, después de hoy no nos vemos más’. Y así fue. No la vi más”.
Nómbrennos. A nosotros. A nosotras. A las que sobrevivimos. A los que no. Nombren a todas las que nos faltan. A todas las que se llevaron y no volvieron. Sepan que los compañeros y las compañeras desaparecidas, torturadas y asesinadas, todavía nos duelen en la memoria.
Y que Nunca Más volverán a borrarnos de la historia