2 marzo, 2021
, Masacre de Pergamino

SIETE SUEÑOS, UNA PESADILLA

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¿Quién no tiene sueños? La urbanización, salud digna, el pleno acceso a la educación, vivir en paz… Pero a siete pibes les prohibieron seguir ese camino, porque hace cuatro años, el 2 de marzo de 2017, les arrebataron todas sus proyecciones cuando los dejaron morir incinerados dentro de la Comisaría 1° de Pergamino, la misma que tuvo a 23 personas detenidas ilegalmente durante la última dictadura militar. Un rincón que ya habían habitado las pesadillas. Un lugar donde, de 19 personas que estaban encerradas, 12 sobrevivieron al fuego que se colaba por las celdas, asfixiando a cualquiera que gritaba por su vida, y siete no resistieron ante la mirada cínica de los policías. Gracias a la incansable lucha de las familias, el 31 de julio del 2018, esa comisaría del terror se convirtió en un espacio para la memoria.

Eran siete pibes como tantos otros, con pasiones y anhelos… Sergio Filiberto tenía 27 años y quería ser rockero. Si no lo hubiera abandonado la Bonaerense, podría seguir trabajando en el Hospital San José.

Federico Perrota, Franco Pizarro, John Mario Claros y Fernando Latorre no volvieron a abrazar a sus hijos e hijas. ¿Qué sentirá la hija de Fernando la próxima vez que pise la Bombonera y no sienta ese abrazo caluroso? ¿Qué pensarán los cuatro hijos de Francisco cuando vayan a pescar? ¿Los dos hijos de John van a rapear como él, con su tonada colombiana? ¿La hija de Federico escuchará a su papá cuando vea una guitarra?

Esos sueños quedaron esfumados en el aire, porque el estigma y la marginalidad los condenó a morir de la forma más brutal. “Mamá, vení rápido, la Policía nos mata”, fue el último mensaje que pudo mandar Alan Córdoba, hoy extrañado en los potreros que lo veían jugar.

Juan José Cabrera también quedó encerrado en la desesperación cuando el fuego coincidió con el hacinamiento del calabozo. Hoy la impunidad sigue en su hogar, con las puertas cerradas, con la complicidad de la Justicia que el 20 de diciembre de 2019 condenó a seis imputados con penas mínimas de entre 6 a 15 años; pero sólo dos están en la cárcel y el resto goza de la prisión domiciliaria.

Lo vivido en Pergamino fue la crónica de una masacre anunciada.
Las migajas de la Justicia, cuatro años después, tienen gusto a nada.