Hoy, en el Día Mundial del Agua, también tomamos las banderas para escurrir un poco de nuestra bronca en las calles de todo el país y de todo el planeta, porque nos estamos muriendo. Con la garganta seca y con la camiseta transpirada, le gritamos a las megaempresas, al silencio gubernamental y a quienes no quieren dimensionar las consecuencias de la emergencia ambiental, ¡ya no da para más! Por eso nos juntamos en un mar de gotitas, para empaparlos de nuestra realidad y quitarnos las vendas: más de 5 millones de argentinos y argentinas no tienen agua en sus viviendas. Hay quienes abordan a la emergencia climática como si fuera un mito, aunque haya más de 60 mil hectáreas incendiadas en todo el país, sólo en los últimos tres meses. Mientras tanto, el Congreso cajoneó la Ley de Humedales.
Las sin agua, los sin presión, las inundadas, somos quienes sufrimos los cortes intermitentes o bebemos pura contaminación… No sólo tenemos agua con color, con sabor, con olor, sino que además está impregnada de metales y agroquímicos. Estamos cansados de reclamar derechos humanos básicos; porque una cosa es que salga agua y otra es que sea potable.
¡Desde nuestras villas gritamos en plena urgencia! A través del Observatorio Villero de La Poderosa, relevamos que el 20% de nuestras asambleas directamente no tienen nada: ni una gota de agua. El 75% de las familias tenemos conexiones informales, el 55% no poseemos tanques para almacenar y el 25% apaciguamos la sed con una sola canilla en casa. Y aunque gestionamos tanques comunitarios, pozos artificiales o cañerías comunitarias, ya que no podemos vivir comprando bidones, la desidia nos arrastra a la precariedad.
¡Basta de invisibilizarnos! Estamos atados con alambres, aguantando este sistema que nos deshidrata y todavía nos pega con ningún caño: hace décadas sobrevivimos, reclamando la urbanización cada día y cada año.
