* Por Marilyn Cañio, vocera de la comunidad mapuche Lof Cañio en Chubut.
Esto que estamos viviendo es una película de terror. Anteayer perdimos a un vecino, Sixto Garcés, que era trabajador rural. Estaba pastoreando animales en una zona de bosque a campo abierto; la gente del lugar aprovecha el pasto de la cordillera para que los animales ocupen esos territorios hasta que llega el invierno. Anteanoche estaba todo lleno de humo, no había forma de ver porque estaba en el medio del campo; estaba todo oscuro y en un segundo se quemó todo. No hubo tiempo de reacción; para peor, son bosques inaccesibles y cualquier persona puede perderse con mucha facilidad. Por eso, mi hermano y familiares de Sixto salieron a buscarlo… Encontraron su cuerpo, sin vida, y por siempre quedará el dolor de ese momento.
El incendio comenzó el domingo pasado en Maillín Cumé, en el límite entre Chubut y Río Negro. El lunes, el fuego llegó a El Maitén y el martes arrasó con todo. Yo llamaba a Defensa Civil pidiendo auxilio, porque estábamos rodeados por el fuego literalmente, y me decían: “Tiren la mayor cantidad de agua y autoevacúense”. ¿Cómo íbamos a hacerlo, si no teníamos ni luz para activar las bombas? Cuando llamé a la Policía, me atendió una chica en estado de shock que me respondió que no sabía qué decirme; todo estaba mal y convulsionado. Denunciamos que empezó a llegar el fuego a la Comunidad alrededor de las 8 de la noche, y el cuadro de la situación era espantoso: un río de fuego con llamas no paraba de correr a la velocidad del viento, un infierno que bajaba ferozmente por la montaña. Si se hubieran concentrado todas las fuerzas en apagar los focos en ese momento, quizás las consecuencias no habrían sido tan graves.
Por parte de la Municipalidad de El Maitén no recibimos asistencia, ni siquiera nos llamaron para ver saber cómo estábamos ni enviaron al cuerpo de bomberos para combatir el fuego. Nuestra propia comunidad fue la que hizo frente a esta situación desde el principio: las mismas personas que siempre le ponemos el cuerpo al desastre. Las y los vecinos, junto con las comunidades mapuche y gente de otras localidades, nos autoconvocamos: pusimos las herramientas, desde machetes y palas hasta combustible, para hacer funcionar las bombas de agua y las motosierras. Incluso mi padre, que tiene 74 años, no podía quedarse quieto al ver cómo todo se reducía a cenizas y se sumó a combatir el fuego. Ahora estamos sin luz y sin agua, pidiendo que regularicen la situación de forma urgente. Necesitamos que llegue personal con la ropa y el equipamiento adecuado, porque no podemos exponernos a los incendios y no queremos lamentar otra muerte más. La responsabilidad del control del fuego no es de la comunidad, es del Estado.
¡Nos estamos muriendo!
Por favor, no miremos para otro lado.