Con hambre no se puede pensar, y en los barrios populares no tenemos tiempo para angustiarnos por todo lo que no hay. Si bien no tener trabajo y pasar hambre duele, da bronca y genera mucha angustia, en cada barrio forjamos una red vincular que no nos deja caer, aún cuando todo se pone tan jodido. Al inicio del aislamiento social preventivo y obligatorio, las asambleas de la provincia de Tucumán encendimos la alerta roja para organizarnos ante un contexto desolador, al recibir mensajes pidiendo ayuda alimentaria, decidimos abrir una nueva asamblea poderosa en el barrio San Roque, en la zona norte de la ciudad de San Miguel de Tucumán.
Otra trinchera que abre sus puertas para dar batalla a la desigualdad. Actualmente, allí funciona un merendero y un comedor donde asisten nada más y nada menos que 780 personas los cinco días de la semana. En este lugar contamos con compañeras enormes, como Liliana del Valle, quien nos empuja a seguir con la fuerza de su resiliencia: “Yo trabajo limpiando casas y juntando aluminio. Tuve una vida dura, sufrí abusos de niña, y viví en la calle. A finales del año pasado estaba muy mal, pero un día María, compañera de la organización, se acercó a preguntarme por qué estaba triste, y pude compartirle lo que me pasaba. En la asamblea me contuvieron, me propusieron que venga a dar una mano en el comedor, y desde entonces estoy mucho mejor. La organización me salvó la vida, renací, ya no me siento sola”. Ella sabe que en las barriadas nadie se salva en la individualidad, por eso después de expresar tantísimo, sigue enseñando: “Así como yo, debe haber otras que la están pasando mal, tenemos que buscarlas y sumarlas para que todas estemos mejor”.
Hoy nos encontramos escribiendo este logro reflejado en una nota que no debiera existir, pero que necesitamos gritar para que la sociedad entera nos ayude a difundir. No es novedad, nuestros espacios alimentarios ayudan a sobrevivir, y a eso lo sabe bien Lorena Gabriela Sosa, vecina que llega temprano todas las mañanas al comedor porque tiene que asegurar la comida para las 13 personas que viven en su hogar: “Cada día asiste más gente porque falta trabajo, la plata no alcanza, y hay hambre. Acá jamás alguien se queda sin comer; se entrega la comida por orden de llegada, atendiendo primero a las personas mayores y con problemas de salud. Si no fuera por este espacio, mucha gente no comería. Necesitamos el comedor más días a la semana, pero nos faltan recursos.”.
No es fácil, pero nos ordenamos para asegurar el alimento a diario. Liliana, uno de los motores de la asamblea, relata el tremendo esfuerzo cotidiano: “Hacemos todo a pulmón y es un orgullo vernos trabajar con tanto compañerismo preparando un plato de comida, una taza de leche, o asistiendo con alimentos, agua y elementos de higiene a los vecinos que tienen Covid. Estamos para quien nos necesita, haga frío, calor o llueva. Pero el alimento no nos alcanza, y ya no podemos cocinar más con ollas prestadas. Si somos esenciales, ¡que nos reconozcan como tales!”. A través de sus voces, resuena el grito de muchas otras que en cada rincón de la provincia no bajan los brazos.
Sembramos organización en nuestras asambleas,
con la fuerza viva de nuestras compañeras.