15 junio, 2021
, Santa Fe

CORAZONES GUERREROS

CORAZONES GUERREROS

“Soy mujer, y un entrañable calor me abriga cuando el mundo me golpea: es el calor de las otras mujeres, de aquellas que hicieron de la vida este rincón sensible y luchador, de piel suave y corazón guerrero”, escribió alguna vez la poetisa Alejandra Pizarnik. Hoy, en el frío del invierno que se acerca, ese mismo calor abriga a todas las mujeres, tortas, travestis y trans que llegan a la Casa de las Mujeres y las Disidencias de Barrio Chalet, en Santa Fe, en la que 18 vecinas trabajamos realizando acompañamientos en casos de violencia machista.

Lorena Patricia Ingüis, “Pato”, es vecina y trabajadora de la Casa, y tiene muy claro que, durante la pandemia, la violencia machista crece a medida que las mujeres pasan más tiempo dentro de sus hogares: “Acompañé a una chica que vino y nos dijo que su ex pareja andaba rondando el barrio con un palo. Le dije que llamara al 911, pero como no respondieron, fui directamente a la Subcomisaría 10º. Vinieron, le tomaron la denuncia y le dijeron que en breve volvían, pero nunca lo hicieron. Llamamos a la Dirección de Géneros de la Municipalidad y, al rato, mandaron a alguien para llevarse a la mujer con sus dos hijos. Había llegado a las 16:30 y se fue a la medianoche”.

Pero los acompañamientos no duran un solo día. Cintia Yanina Ruíz es otra de las compañeras que dedican todo su tiempo a este trabajo de cuidado permanente e integral: “Por un caso de abuso acompañamos a la mujer a hacer la denuncia e hicimos todo lo que estaba a nuestro alcance. Conseguimos pañales para su hijo, viandas del comedor y la guiamos en los trámites para que empiece a cobrar la AUH”. La cuestión se hace mas compleja y la indignación invade el cuerpo de Pato cuando debe enfrentarse a la desidia de quienes deberían protegernos: “La Policía nunca te quiere tomar la denuncia. Y los botones antipánico no sirven: desde el momento en que lo presionás hasta que llegan las fuerzas, te matan. Por eso decimos que no necesitamos botones para las víctimas, sino tobilleras para los violentos”.

Es un trabajo intenso y desgastante. Todo el día yendo de acá para allá, lidiando con la falta de respuestas, abrumadas por la burocracia de trámites que a veces brindan más trabas que soluciones, tratando de gestionar todos los recursos necesarios, y todo sin perder la humanidad necesaria para acompañar incluso psicológicamente a cada vecina. En este contexto, es urgente que el Estado reconozca el carácter esencial de nuestro trabajo, y ese reconocimiento no puede ser sólo algo simbólico: tiene que materializarse en salarios.

“La mayoría de nosotras atravesamos también situaciones de violencia, pero no sabíamos cómo pedir ayuda. Yo fui abusada cuando tenía 9 años, secuestrada cuando tenía 15 años, y estaba sola. Ahora, nos moviliza poder ayudar a mujeres como nosotras. No quiero que vivan lo que yo viví”. Pato, y todas nosotras, sabemos bien de qué está hecho ese calor que nos abriga aún en el invierno más frío: del corazón guerrero de un montón de mujeres, tortas, travestis y trans que, en las barriadas, nos abrazamos y sabemos que no estamos solas.