22 junio, 2021
, Formosa

LO QUE EL AGUA NO SE LLEVÓ

Embarriados Formosa
Era 1983 cuando la capital de Formosa sufrió una enorme y gravísima inundación, la más grande de su historia. En ese momento, los barrios que limitaban con la desembocadura del riacho Pucú quedamos 11 metros bajo el agua; más de 80 familias de San Juan Bautista, antes conocido como Villa Mabel, fueron evacuadas junto con muchísimas otras personas de la ciudad. Luego de una larga lucha para contener las inundaciones y subidas del río, construímos una defensa de 12 metros para protegernos del cauce.

Pero la verdadera barrera es la que impone el Estado: seguimos lidiando con la falta de desagües y nos imposibilita entrar o salir cada vez que llueve. Así lo relata Norma Figueredo: «Cuando cae agua, se filtra hacia las casas y se inundan las calles; es imposible transitar». Incluso convivimos con la amenaza de los tendidos precarios, palpitando el riesgo eléctrico que forma parte del paisaje. «Algunos cables se caen con tormentas o vientos fuertes. El único transformador que tenemos reventó varias veces; por suerte no salió nadie lastimado, pero es un peligro constante», advierte Susana López, con la voz impregnada de temor, anticipándose a una posible desgracia.

Estas problemáticas acumuladas en el barrio nos obligan a reforzar la protección durante las heladas. Sin embargo, para Norma los parches son insuficientes: «Nuestra única salvación en las noches es hacer fuego con leña para combatir el frío. Nos abrigamos, pero el rocío genera que las chapas transpiren, lo que causa que se mojen nuestros colchones. Hay familias que viven en sus casitas de chapa, cartón y nylon, sufriendo mucho más las bajas temperaturas». Susana confiesa la dificultad cotidiana que representa no tener gas natural: «Una garrafa de 10 kg cuesta $550 y debemos reducir el uso para que rinda más. Bañarse, cocinar y calefaccionar la casa es casi imposible, genera mucha impotencia».

Ya no aguantamos el frío,
tampoco la indiferencia.