* Por María Eugenia, encerrada y esclavizada por Oscar Racco durante 23 años en Rosario.
A Oscar Racco lo conocí en diciembre de 1995, cuando yo tenía 19. Ya siendo pareja, él me controlaba, me celaba y era violento con mi familia. Pero lo peor llegó en mayo de 1996: un día, me arrastró a puñetazos hasta la casa de mi familia, entró por la fuerza y nos amenazó, hasta que mi hermana llamó a la Policía. Terminamos en la comisaría, donde él le dijo al oficial: “La familia de esta piba me hizo un quilombo, ¿cómo arreglamos esto?», le dio 50 pesos, y el oficial le contestó: «Llevátela por unos días hasta que levanten la denuncia y todo solucionado». Así fue como me secuestró y terminé en su casa, encerrada durante 23 años.
Racco sabía todo sobre mi familia y con eso me amenazaba: la escuela a donde iba mi hijo, dónde cursaba mi hermana y sus horarios. El abogado de mi familia tuvo que dejar de representarlos porque había recibido amenazas contra su familia y su estudio. Esos años fueron eternos, pero en 2019 logré mi libertad porque me escapé; salí corriendo con mi DNI, 640 pesos y un celular del que no sabía ni el número. Estaba desesperada.
Tenía mucho miedo porque sabía que si él me encontraba, estaba muerta. Tomé un taxi hasta la casa de una de mis tías, ahí me estaban esperando en la puerta porque habían recibido mis mensajes. Llegué llorando, con un ataque de nervios, y lo primero que hice fue abrazarlas. Ver de nuevo a mi hijo y a mi hermana fue lo más maravilloso del mundo. Fue mucho tiempo, me encontré con una vida nueva; me enteré que había fallecido mi papá y, al día de hoy, sigo esperando ese último abrazo con él.
Después de dos años de esperar el juicio, ayer se hizo justicia: a Racco lo condenaron a 26 años de prisión. Cuando me sucedió esto, no había espacios para denunciar y, aunque se haya avanzado mucho, todavía sigue habiendo casos como el mío. Es importante que el Estado garantice políticas públicas en materia de géneros. Comprendo el miedo, el terror, pero quiero que las mujeres sepan que se puede salir, que hay esperanza, y que, con ayuda, se puede encontrar una nueva vida. Ahora queda seguir, para que no haya ninguna mujer sufriendo y siendo sometida.