29 agosto, 2021
, Juegos Paralímpicos

LA VILLA OLÍMPICA

Maximiliano Espinillo

Hoy debutaron Los Murciélagos en los Juegos Paralímpicos de Tokio; la selección argentina de fútbol para ciegos ganó 2-1 contra Marruecos con dos goles de Maximiliano Espinillo. Antes de viajar a Japón, el delantero cordobés compartió con nosotros su historia de vida, su análisis del deporte y su pasión por la Selección.

En algún momento no tan lejano, de la boca de Maxi no salía un grito de gol, sino el cantito que anunciaba la venta de golosinas en el colectivo. “Mis papás eran vendedores ambulantes, y aprendí el oficio”. Con los pies en el barro, nos mostró su faceta más bella: “Quedé ciego a los cuatro años. Nací y crecí en Villa El Nylon, en la ciudad de Córdoba, en una casa en la que llovía más adentro que afuera. Son mis raíces, y no reniego de ellas”. También nos contó cómo se las arreglaba para jugar al fútbol: “Le ponía una bolsa a la pelota, o agarraba una de plástico, la pinchaba y le metía piedras para que hiciera ruido, porque las personas ciegas nos guiamos mucho por el oído”.

En 2008 se hizo una convocatoria para la selección juvenil, y Maxi decidió tirarse de cabeza: “Armé una mochila y me fui a probar a Buenos Aires; ahí empezó todo”. En 2012 fue convocado para integrar la selección mayor, y todavía sigue jugando con alegría: “Por suerte, hasta ahora no se han dado cuenta, y no me han sacado”. Hoy disputa sus segundos Paralímpicos, y ya conoce los gajes del oficio: “Hay muy pocos premios para mucho sacrificio”. Reconoce el apoyo del ENARD y de la Secretaría de Deportes de la Nación, pero dice que “a otros deportistas amateurs les cuesta un montón”. Considera que “el deporte es salud, inclusión y educación”, y pide que se apoye a cualquier deporte inclusivo: “Siempre necesitás apoyo para poder lograr un objetivo”.

En el fútbol, como en la vida, es más fácil llegar al gol a través de una jugada colectiva. La historia de Maxi deja ver las desigualdades de nuestra sociedad, ahí donde se cruzan la villa y la discapacidad, en ese potrero cordobés donde alguna vez se tejió el compañerismo que permitió que hoy Maxi cante bien fuerte el himno en tierra japonesa: ¡no hay peor ciego que el que no quiere ver la pobreza!