?? Por Nacho Levy
Yo no era el mismo, ni ustedes, ni este mundo. Kevin es el mismo, un niño,
volando.
Hace unos días vimos Peter Pan, «en personas», donde la capacidad de elevarnos queda mágicamente aferrada de nuestra ilusión y la capacidad de hundirnos crece condicionada por el peso de nuestra propia mierda. Cuba me preguntó si Kevin volaba. Y yo le dije que sí, para no mentirle, mientras esta humanidad no deja de caer, tanto pero tanto que ya ni siquiera pueden ver esa luz, tan vacía de guerra, tan llena de paz; otra cruz en la tierra del Nunca Jamás.
Con o sin prisma, Zavaleta sigue siendo la misma.
Y el silencio, el mismo obsecuente.
Nada pasado, todo presente.
Miren el reloj. Hace 8 años detonaba otro eterno concierto de la muerte que duró 105 detonaciones, que duró 180 minutos y que todavía dura. ¿O no? Muérdanse los ojos, mírense los oídos, cállense las manos, extiendan la nariz y huélanse los labios, ¿escuchan? Son 104 tiros impunes que nos pegan cada mañana y se quedan rebotando entre los huesos del olvido, como la risa de los dientes que no se pudieron caer. ¿Y la sirena? Luz mala.
Tal vez puedan responder,
dónde fue la otra bala.
Miren las estrellas. Hace 8 años Kevin se caía de la cama, sobresaltado por su peor pesadilla, estar despierto. No era el cuco. Eran muchos. Saltó al piso y avanzó reptando hasta improvisar una trinchera bajo la mesa del comedor, ¿lo ven? Cómo no lo van a ver, si todavía está sentado en el hall de la verdad, abrazado a sus rodillas que se vuelven las nuestras, cuando suena otro despertador de fuego en este campo minado de inocencia, donde las balas «perdidas» decoran la grilla.
Tal vez puedan responder,
por qué todas se les pierden en la villa.
Ahora, el puñito contra la ventana me golpea por dentro, me lloran sus risas, me calla mi pecho, me bombea su sangre y me miran mis ojos, sin valerse de otros. Kevin siguió creciendo, ¿nosotros? A lo mejor, con un poco más de amor subimos, quienes sentimos que también lo perdimos por todo lo que no vimos, cuando decidimos tatuarnos en la piel que, si él murió por nosotros, íbamos a vivir por él…
A los 9, golpeaba para chequear si me había dormido.
Hoy cumple 8, gritándome al oído.