16 noviembre, 2021
, Fumigaciones

CONVIVIENDO CON EL VENENO

* Por Erika Gebel, miembro de la asamblea de vecinos envenenados por glifosato.

Hace nueve años vivo en el barrio Oro Verde, en la localidad de Virrey del Pino, La Matanza, junto a mi esposo y mis tres hijos. A los tres años de mudarnos acá, empezamos a tener problemas de salud: erupciones e irritaciones en la piel, ardor y picazón en la vista y en la garganta, mucho lagrimeo en los ojos, dolores de cabeza y náuseas. Al principio eran dolores pasajeros, pero luego fueron creciendo. Nos dolía la cabeza todo el tiempo. Mi esposo empezó a tener vómitos, a uno de mis hijos le sangraba la nariz, y yo estuve cuatro meses sin poder caminar, con dolor en los huesos. Algo estaba pasando, pero no sabíamos qué. Yo empecé a sospechar que, quizás, tenía algo que ver con las fumigaciones.

Hay un campo de soja frente a mi casa, que cruza todo el barrio hasta el barrio Nicole, donde está el colegio de mis hijos, la Escuela Técnica Nº 13. Fumigan todo el día: a 6 cuadras del colegio, y a 4 metros de mi casa, casi en la puerta. No hubo un año que no hayan sembrado y fumigado. Muchas veces estás en la vereda, te pasa el tractor y te comés todo el veneno, porque el viento lo lleva a la cara. Todas las plantas que están dentro de mi casa, están muertas por la misma contaminación.

Llevamos a los chicos a un montón de médicos y nunca encontraban nada. Un día, fui a la pediatra del Hospital de Niños Ricardo Gutiérrez y, una vez más, no encontré respuesta, así que se me ocurrió preguntarle si no podía ser un veneno. “Mamá”, me dijo la pediatra, “si un chico toma un veneno, lo tenés que llevar corriendo a toxicología”. Y eso hice. Les expliqué que habían tirado veneno, que nos sentíamos mal, y nos hicieron los estudios. El 30 de septiembre recibí el resultado de los análisis: mi hijo y mi marido tienen niveles altos de glifosato en el cuerpo. Pregunté qué hacer, y me dijeron que me tenía que ir del lugar de donde tiraban el veneno. O sea, que tengo que irme de mi casa; a menos que logremos que dejen de fumigar. Estamos expuestos a un veneno y el cuerpo, evidentemente, después de cierta cantidad de tiempo, ya no lo resiste. Cuanto más tiempo pasa, mayor es el daño.

A raíz de esto formamos una asamblea de vecinos, y empezaron a aparecer casos de años anteriores. Nos reunimos todos los sábados: nos compartimos información e inventamos un protocolo para que los chicos se metan adentro de las casas cuando fumigan. Buscamos información de otros municipios donde ya está reglamentado el uso de los agrotóxicos, en relación con la distancia de las viviendas. No pueden estar tirando veneno a cuatro metros de mi casa y de las casas de miles de vecinos. Los dueños del campo y las personas que trabajan con esos productos saben lo que implica.

El 27 de octubre hicimos una denuncia en la comisaría, en el Organismo Provincial para el Desarrollo Sostenible y en la Municipalidad. Hasta ahora no tuvimos respuestas. Estamos pidiendo un análisis de contaminación ambiental, pero no podemos esperar, porque estos días ya estuvieron trabajando las máquinas. Necesitamos que se tomen cartas en el asunto de manera urgente: que analicen la tierra, el agua y las enfermedades que hay en el barrio. Y que clausuren el campo, hasta investigar lo necesario.