Comienza el partido y en nuestro potrero se para un jugador con mil habilidades y manías, un loco de los más lindos que han pisado la villa, para llevarla como símbolo en el pecho. Sale del vestuario con la camiseta puesta por la Memoria y ahí, acariciando la pelota, viene el Loco René Houseman. Con las medias bajas, no se achica y con 1.65 metros de pura destreza arranca corriendo desde el Bajo Belgrano. Salió con todo, contagiando la magia al plantel entero que lo sigue recordando a cuatro años de su fallecimiento, como lo hace Fernando Signorini: “El Loco representó muy bien la esencia del fútbol argentino porque era pícaro en la cancha y tenía un estilo único. Recuerdo que una vez faltó a un entrenamiento y se fue a un baldío para jugar con sus amigos. César Menotti ya lo conocía muy bien y sabía bien dónde debía buscarlo”.
Entra a la cancha René y como extremo derecho no falla nunca. Habilita, gambetea y patea al arco, irradiando esa habilidad que lo llevó a fichar en Huracán, ese talento que lo llevó a deslumbrar en la Selección. Era un brillo en medio de la noche interminable de la última dictadura, porque mientras regalaba gritos en las plateas y el Mundial se comía todas las noticias, las torturas, las desapariciones y los asesinatos eran moneda corriente todos los días. “Si hubiera sabido lo que ocurría en el 78, habría renunciado a la Selección”, gritaba el Loco con su origen barrial intacto. Así lo mantiene presente su colega de Huracán, Francisco «Fatiga» Russo: “Era imposible no quererlo, fue un tipo maravilloso que conservó su humildad y su preocupación por el otro. Como los dos somos villeros, pegamos onda rápido. Yo iba a buscarlo al Bajo Belgrano para los entrenamientos en el club; siempre estaba ahí porque era su lugar en el mundo”.
Y nos van a tener que perdonar, señoras y señores, nos tendrán que perdonar tanto amor por la locura, tanto amor por ese loco que siempre estuvo para entrenar pibes en las canchitas, con sol, lluvia, barro o frío. Nunca dejó la grandeza, René ya se sentía un campeón por estar rodeado de negras y negros, de los cabecillas de la villa que éramos sus pares. Vivió con gloria y César Luis Menotti lo recuerda lleno de pasión: “Era divino, yo lo quise como a un hijo y él siempre me jodía diciendo que era su padre. También fue un ídolo para muchos. En un entrenamiento para el mundial ‘78, Maradona me dijo: ‘Lo que hace René, yo nunca lo podré hacer’”. Respira profundo para correr, el Loco, encarnando el más grande espíritu futbolero.
Una estrella que no se apaga,
y que renace en cada potrero.