Se cumplen seis años de uno de los crímenes más dolorosos para los pueblos en lucha de Nuestra América. En la madrugada del 2 al 3 de marzo de 2016, un grupo de sicarios asesinaba a Berta Cáceres en su casa de La Esperanza, en el sur occidente de Honduras.
La mataron por oponerse a un proyecto hidroeléctrico, por defender los ríos y territorios lencas, pero sobre todo la mataron por ser una gran referenta ambientalista, indigenista y feminista.
La mataron por encabezar miles de peleas contra el extractivismo, el racismo, el colonialismo y el patriarcado.
Dentro de un mes se conocerá la sentencia contra David Castillo, el empresario que ordenó silenciar su voz. Una voz que no se apagó sino que sembró miles. Porque, como gritamos quienes recogemos su legado, “Berta no murió, se multiplicó”. Por eso, a seis años de su siembra seguimos levantando la bandera de uno de los máximos símbolos latinoamericanos de lucha contra todas las opresiones.
