Después de dos suspensiones, finalmente arrancó en Bolivia el juicio oral contra Jeanine Áñez por encabezar el golpe de Estado que derrocó a Evo Morales en noviembre de 2019.
Se trata de aquella nefasta señora que se autoproclamó presidenta rodeada de milicos y con una Biblia gigante en la mano; la cara visible de una conspiración que asaltó el poder por la fuerza y nos recordó lo frágiles que siguen siendo las democracias latinoamericanas.
Prohibido olvidar 1: lo primero que hicieron los golpistas fue meter palo, y plomo, y así meter miedo. La represión en los días siguientes dejó 37 personas asesinadas por las fuerzas de seguridad en dos masacres, una en el poblado de Sacaba, cerca de la ciudad de Cochabamba, y otra en la planta de gas de Senkata en la ciudad de El Alto, vecina a La Paz.
Prohibido olvidar 2: el golpe fue acompañado por la Organización de Estados Americanos (OEA), ese “Ministerio de las Colonias” de los yanquis (como lo bautizó el Che). Y bancado por los gobiernos de derecha de la región, como el de Mauricio Macri que además les mandó un arsenal de armamento como regalito de bienvenida.
Además de Áñez, son enjuiciados ocho exjefes militares y policiales como principales responsables de esa ruptura constitucional. La expresidenta de facto está acusada por incumplimiento de deberes y violar la Constitución; después le esperan otros dos juicios por sedición, terrorismo y conspiración.
Si la condenan será un primer paso de reparación para barrer con tanta impunidad. Para que también haya memoria, verdad y justicia por las víctimas de Sacaba y Senkata. Para que se haga carne aquella vieja consigna: ¡nunca más golpes de Estado en América Latina!